la última

Dar la talla

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cuando se produce una situación crítica, cuando los problemas se amontonan sin solución de continuidad, cuando todo hace indicar que nos encontramos ante un periodo previo al establecimiento de un nuevo orden mundial, o más bien desorden, siempre se puede caer en la tentación de buscar culpables.

Desde estamentos políticos, de uno y otro color, se ha querido simplificar la génesis del problema, o cuando menos buscar una solución por la vía rápida, responsabilizando a los empleados públicos de este país de su falta de productividad, de la poca eficiencia de nuestro sistema productivo y de un gasto desmesurado y superfluo que no conduce a nada.

La opinión pública, en un principio, aplaudió recortes en derechos a los empleados públicos, a los que consideraba unos privilegiados. Un colectivo de elegidos a salvaguarda de tormentas. Unos distinguidos con derechos a prebendas. Éstos que, en época de bonanza económica y de crecimiento desmesurado, no participaron ni un ápice en el reparto de los pingües beneficios que satisficieron al sector privado y que se conformaron con subidas salariales que tenían como techo el IPC.

Cuando los recortes a los empleados públicos redundan en una pérdida, más que sustancial, de la calidad de los servicios básicos, es cuando se produce la reacción por parte de la ciudadanía. Ya no solo son puestos de trabajo del sector público los que se pierden, son los pilares del estado de bienestar los que se tambalean.

Posiblemente, lo primero que vieron nuestros ojos al nacer, si en ese trance a la vida hubiésemos tenido conciencia visual, fue a un empleado público que con suma profesionalidad y una vocación a prueba de recortes salariales atendió a nuestra progenitora en ese momento glorioso.

El cuidado de las cosas importantes de la vida como la educación de nuestros hijos, el cuidado de nuestros mayores, nuestra seguridad y la de nuestros bienes, nuestra salud, el apoyo al bien inmaterial que es la cultura, la conservación y protección del medio ambiente, todo, absolutamente todo lo que merece la pena, lo depositamos en manos de los empleados públicos. Para atender a las cosas materiales, esas de las que podemos prescindir, recurrimos al sector privado.

Probablemente lo último que vean nuestros ojos al despedirnos de este torbellino entre dos silencios sea el rostro de un ser querido, acompañado en silencio de un profesional sanitario, que con esmero y cuidado nos hará más llevadero el último trance.

Nuestros políticos apelan a la profesionalidad de los empleados públicos. En estos momentos de aciagos recortes. De forman vehemente, les reclaman que deben dar la talla. Esa talla de la que ellos han demostrado hasta la saciedad que carecen.

Señorías: Los empleados públicos de este país llevan dando la talla desde siempre. Por favor : ¡Tomen ejemplo!.