OPINIÓN

En la otra esquina

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El paraíso en la otra esquina’ es una de las mejores obras del premio Nobel Mario Vargas Llosa. Con su habitual maestría y embaucador estilo relata como Gauguin, abandonando a su familia numerosa y su posición acomodada en la capital gala, se traslada a las islas coloniales del océano Pacífico. En la Polinesia desarrolla y cultiva su particular estilo pictórico, sobrellevándolo con una vida depravada de sexo y alcohol.

Os propongo un viaje a la esquina.. Tal vez no sea un paraíso al uso, pero si es lo suficientemente seductor como para que no nos deje indiferente. No tendremos por qué envidiar a nuestros jóvenes que en países remotos echan raíces y que se asoman a ‘Españoles o Andaluces por el mundo’. No hace falta que nos enganchemos a los canales temáticos de viajes. Solo tendremos que hacer un trayecto de menos de una hora.

Atravesando el Estrecho de las Columnas de Hércules nos encontraremos en otro mundo, ese que se ve en las noches claras desde nuestras costas. Un lugar diferente, otra cultura, pero con un estilo y unas maneras con las que convivimos más de ochocientos años.

Con solo llegar a puerto intuyes que puedes caer en la tentación de enamorarte de la ciudad, lo mismo que le ocurrió a Paul Bowles y a Matisse, o más cercano, Juan Goytisolo.

En forma de balconada se asoma al Estrecho, a la izquierda el cabo Espartel, las Grutas de Hércules y playas interminables, a la derecha el cabo Malabata. De ella partió Ibn Batuta, contemporáneo de Marco Polo y viajero incansable.

Los barrios diferenciados nos transportan a la Europa espía de entreguerras, italiano, español, francés, ingles. Su Medina es un tiovivo de callejones estrechos en el que no importa girar una y otra vez. Puertas exóticas y celosías engañosas dan paso a patios frescos donde buganvillas, jazmines e hibiscos compiten en colorido.

Construcciones vetustas nos hace pensar que allí nada fue nuevo nunca, incluso las nuevas parecen aún inacabadas.

En su zoco la mixtura de canela, jengibre, pimienta y cardamomo pugna con el tufo de la carne de cordero. No existe competencia, se vende todo, de marca y a precio fijo.

Sus gentes, serviciales y acogedoras, pugnan por complacer al visitante. Calles bulliciosas y trafico desordenado, descontrol dentro de un orden perfectamente establecido.

Dos mundos compiten en tu sentir, la comodidad y el sosiego sibarita del hotel, y el del frenesí de esa pobreza digna que no sabe de las crisis financieras del primer mundo, del agradecimiento nada empalagoso ni zalamero. Esos mundos que riñen entre la ofuscación y la rebeldía por cambiar las cosas cruelmente inamovibles.

Nuestra historia andaluza está unida a la de esta ciudad, española hasta ayer. Tánger bien vale una escapada.