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ZÓON POLITIKON (II)

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Continuamos con la disquisición. Si como aseverábamos en el artículo homónimo anterior, a la Nación le es natural el ejercicio del Poder Soberano, no puede ésta eludir las responsabilidades inherentes al ejercicio de esos poderes omnímodos, creyendo oportuno recordar que la tan cacareada y rutinariamente convocada democracia, tiene el significado etimológico de ‘fuerza del pueblo’. Entre estas responsabilidades, una de ellas concluyente, es la de sustentar y financiar al Estado, a través de los mecanismos de recaudación fiscal. El Estado, a su vez, busca financiación adicional gestionando el rendimiento financiero de sus excedentes de tesorería, de tenerlos, o bien mediante las rentas del Patrimonio Nacional.

Esta es la realidad. O la Nación genera con su esfuerzo y su trabajo indelegable excedentes de tesorería suficientes para financiar al Estado, o éste, esto es la misma Nación, debe endeudarse avalando con su Patrimonio las operaciones crediticias, lo que padecemos ahora. La gestión del Gobierno, el que sea, evidentemente resulta ser crucial, ya que a éste compete el manejo rutinario de esos mecanismos de financiación pública. Imputarle al Gobierno, sea cual sea, insisto, las únicas y exclusivas responsabilidades de la gestión financiera, es necio e injusto. De ser negligente su gestión, la Nación tiene atribuciones jurídicas plenas para cesarlo y sustituirlo.

Estando en cuestión, como comentamos, nuestro Modelo de Estado, raro será que consiga la Nación sustituirlo, porque los cauces funcionales democráticos les conceden a los Partidos Políticos beligerancias que les permiten bloquear ese monumental cambio, pese a que éstos no tienen atribuciones legales para hacerlo. Mientras que los Partidos Políticos ejerzan como correas de transmisión hacia el poder, en vez de ejercer de escuelas de politología altruistas, resultará imposible cambiar el Modelo de Estado, ya que a un reo condenado a la horca, sería pintoresco exigirle que financie y construya el patíbulo en el que se le va a ajusticiar.

La extremada y perniciosa politización de la vida, el constante entrecruce de intereses de los Partidos Políticos, su constante injerencia, los condenará a ser considerados una casta egolátrica. Su endogamia doctrinal, alejada de ideologías edificantes, les ha convertido en claustros desanimados. Son necesarios, son necesarios muchos más, pero para que ejerzan de didactas exclusivamente al servicio de la Nación. Si nociva es una Democracia imperfecta, más perniciosa es una partitocracia esclerotizada. Mas para que la Nación pueda ejercer su Poder Soberano debe culturizarse, madurar como Nación aguerrida y filantrópica, aquella que ha sido capaz de arrostrar muchos otros rigores. Hemos de volver a la escuela primaria para que unos abnegados maestros, los arquitectos de la Democracia, nos vuelvan a inculcar los saludables valores del orgullo de ser la Nación Española, patrimonio de la Humanidad. Hay que creer en ello con pasión, con sentido histórico y altura de miras; las propias del amor.