entrevista a juan josé padilla

Fuerza Padilla

En su casa, rodeado de los suyos, el torero nos habla de su arrolladora voluntad de volver al ruedo: «Solo he perdido un ojo»

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Por entre las copas de los pinos y el espesor de un manchón de eucaliptos, llega una infusión de sal y menta que sube desde el mar de Cádiz. El atardecer es el escenario mismo del sosiego. Nada hace presagiar que más allá de la tapia albero y sangre de la casa, en el salón cuajado de cabezas de toros como espectros, un hombre libra una monumental batalla contra el destino, el miedo y las circunstancias. Y que la está ganando. Está usted en Sanlúcar de Barrameda, pero podría ser Esparta. Ese tipo enjuto, alto, fibroso y flexible como una caña de bambú es Juan José Padilla (Jerez de la Frontera, 1973). La suya es la imagen del compromiso y la superación, el héroe al que en octubre un toro le arrancó la cara contra el albero de Zaragoza y que dentro de un mes se pondrá la lógica por montera para reaparecer ante la vida y el público, vestido de verde esperanza y con un parche en el ojo. Lo hará en Olivenza (Badajoz) con Morante y Manzanares.

– ¿Qué es eso que vale más que la vida?

– Es todo más natural. He tomado la decisión de volver porque tengo dos piernas, dos brazos y la capacidad de hacer lo que hacía. Solo he perdido un ojo de momento y tengo una parálisis facial. Esta profesión me ha dado mucho y yo le debo mucho a ella. Tengo que ponerme el vestido y poderle a las circunstancias, que es lo que me motiva. No volver sería egoísta.

– ¿Cree que si ahora anunciara que se retira defraudaría a alguien?

– A todos los que saben de mi capacidad. Mi mujer Lidia, mis hermanos, mi cuadrilla... me hace feliz vestirme de torero y no tengo motivos para no hacerlo. Es el momento de perfeccionar mi toreo, torear más despacio, a cámara lenta. Es el momento de empezar de cero, imagínate lo ilusionado que estoy.

– ¿Teme más la cornada o la decepción?

– Lo que sé es que no quiero dar pena. Me tienen que juzgar como a los demás.

El torero responde sobre un sofá en el que ni siquiera se hunde. Ha perdido mucho peso. Pese a que en los últimos días ha recuperado nueve kilos, es un cuchillo con un parche en el ojo que ahora pronuncia más las eses, aunque la parálisis facial y la lengua dormida hacen que las efes y las tes sean más difíciles que antes.

Con todo, el discurso es intachable y desgrana un compromiso con el deber que podrían estudiar perfectamente los alumnos de ‘management’ en cualquier ‘harvard’. «En mi vida he tenido mucha gloria: en mis hijos, en mi mujer, en el toreo... Dios me ha dado mucho. Y el sufrimiento es parte de la gloria. No me importa pagarla. La pago con gusto». La factura se la pasaron una tarde del 7 de octubre de 2011.

– ¿Cómo pasó?

– El toro había avisado un par de veces cortando camino y haciendo extraños en banderillas. Nunca pongo el par del violín en segundo lugar, y a este se lo puse. Me fui a la presidencia y casi pido el cambio para no banderillearlo más, porque sabía del peligro. Pero pensé ‘Juan, que estás en todas las ferias’. El paso había que darlo adelante y volví al toro. Cuando se sintió con el par clavado, me arrolló. Sentí un impacto, una explosión. Fue como si me estallara una granada de mano dentro de la garganta. Estalló. Me di cuenta de todo, no perdí el conocimiento. Sabía el camino a la enfermería. Me cogí la mandíbula y el ojo con la mano y corrí al doctor. Le dije ‘Mis hijos...’ Me quedaba sin aire, me quitaban la ropa, pensaba en mis hijos y mi mujer. Me entregué a Dios y dije ‘Aquí estoy’.

Después vinieron las operaciones en el Miguel Servet, su mujer Lidia cruzando España deshecha en un coche y el fantasma de la incertidumbre. Su despertar fue agradable. «Quería torear en Lima...». Luego la realidad le diría que no, cuando tomaba conciencia del hachazo en su rostro.«Todos los compañeros me vinieron a visitar y en su tristeza, en las caras de esos amigos veía reflejada mi propia cara... Fue durísimo. Hubo muchos días de sombras, días tenebrosos... Estuve en una situación psicológica muy dura».

En los infiernos de las recuperaciones en las camas de hospital se consumía un hombre extremadamente delgado y derrotado al que jaleaban decenas de miles de mensajes en Twitter bajo la etiqueta de #fuerzapadilla. «Eso fue lo más duro... Me dolía mucho darme cuenta del daño que yo le había hecho a la gente». Ahora esos retales de alientos ajenos esperan en la mesa del salón, editados en un libro: «Eso es mi capilla, va a venir siempre conmigo a donde toree. Esos mensajes me protegen».

Un buen día se levantó y decidió volver. Los médicos le dijeron que no y él se dijo que sí. En Nochevieja se puso delante de la primera vaca, en la ganadería de Fuente Ymbro, ante su mujer, su familia y sus amigos.

La fuerza de Lidia

Lidia no quiere hablar en los medios –«me emociono», se excusa–. No hay preguntas pero no hay que ser un lince para comprender que todas las sociedades necesitan un héroe, pero que hay que tragarse muchos sapos cuando el héroe es el padre de tus hijos. «Te diré que en todo ese tiempo no le vi derramar una lágrima.Es una mujer excepcional, el equilibrio de mi balanza», admite el torero, que no se considera un héroe: «Lo mío no es valor: pongo voluntad a las ilusiones que Dios me ha dado». Entre los pies anda Martín, su hijo pequeño.

– ¿Qué le han dicho los niños?

– Dios los ha bendecido con una coraza.Ellos me ven seguro, por eso están contentos.

– ¿Se puede torear con un solo ojo?

– Es algo normal.

– Será normal para usted...

– Me he sorprendido de cómo me he adaptado a esa visión, a la profundidad y la velocidad. Yo hago de todo con un ojo: juego al pádel, conduzco, monto en bicicleta... Y también toreo. En la faena hay momentos en los que le pierdes la cara al toro y si se te cuela y te va a agarrar, da igual que tengas un ojo o cuatro. De todo lo que me ha pasado (los dolores del oído, la parálisis, la mandíbula descolgada), a lo que mejor me he adaptado es a lo de la vista. Hubiera dado la vista hace tiempo.

Recuperarse le cuesta todo el día, desde que amanece hasta las ocho de la tarde.Entonces ya es de sus hijos. Por la mañana hay fisioterapia, masajes, corrientes, (antes de lo de la cara, el torero ya llevaba decenas de lesiones) y logopedia. Después, entrenamiento de alto rendimiento y por la tarde, a torear en tentaderos y a ensayar la tarde del 4 de marzo en la que se vuelva a pasar la muerte por la barriga.

Por las noches lee a Bruce Lee y se inspira en la voluntad del actor: «Somos agua y si nos estancamos, morimos». No sabe lo que va a hacer mañana, pero guarda las costumbres: al entrar y al salir de casa, el hombre de hierro, el héroe espartano se lleva los dedos a la boca y, en un gesto delicadísimo, besa los pies de un azulejo con Nuestro Señor de las Penas de Jerez. Un mes para el gran día.