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Avances en el tratamiento de tumores neuroendocrinos

Si se originan en el tracto intestinal, por ejemplo, podrían secretar serotonina y hacer que el enfermo padezca un síndrome carcinoide, que cursa con sofocos y diarrea

MADRID Actualizado: Guardar
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Existen más de mil variedades de tumores raros, aquellos que presentan una baja incidencia en la población (menos de 5 personas por cada 100.000 habitantes).

Un grupo importante de ellos lo conforman los neuroendocrinos (tambien conocidos como tumores carcinoides), unos tumores que constituyen un grupo heterogéneo de neoplasias que hipotéticamente pueden originarse en todos los órganos de la anatomía humana, si bien los más frecuentes –dos tercios de ellos– son los que comienzan «en el tracto gastrointestinal (sobre todo en intestino delgado y apéndice) y en el páncreas. Fuera de estos, cabría destacar también los de pulmón», señala la doctora Rocío García Carbonero, oncóloga del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla y experta y miembro de la junta directiva del Grupo Español de Tumores Neuroendocrinos (GETNE).

La incidencia de estos tumores ha crecido mucho en la última década, aunque la doctora opina que no es tanto «por un aumento en la incidencia como por un incremento en su diagnóstico al existir mayor concienciación clínica de su existencia, además de que las técnicas diagnósticas del tubo digestivo han mejorado mucho»,

Y es que la diversidad de orígenes y una sintomatología cambiante ha llevado a que el tratamiento para estos tumores haya tardado mucho en llegar, pero para comprenderlo nada mejor que ver cómo se comportan.

Comportamiento del tumor

Esa diferencia de orígenes de la que hemos hablado provoca que la sintomatología de estos tumores varíe de unos a otros: «Por un lado pueden producir los mismos síntomas que cualquier tumor en función de dónde comiencen y hacia qué órganos se extiendan (con más frecuencia acaban extendiéndose y dando metástasis al hígado). Por otro, tienen la capacidad de que sus células tumorales produzcan hormonas de distinta índole, dependiendo de la célula donde se hayan originado, por lo que darán lugar a síndromes clínicos muy característicos producidos no ya por el tumor sino por la sustancia que este secrete al torrente circulatorio», explica la doctora.

De este modo, si se originan en el tracto intestinal, por ejemplo, podrían secretar serotonina y hacer que el enfermo padezca un síndrome carcinoide, que cursa con sofocos, diarrea y que a la larga puede producir una cardiopatía carcinoide específica.

«Muchas veces estas hormonas dan más síntomas que el propio tumor en sí», matiza García Carbonero.

Esta peculiaridad es, junto a su naturaleza biológica más benévola –si bien pueden llegar a ser muy agresivos ya que se mueven en un espectro muy amplio de comportamiento–, lo que los diferencia básicamente de los carcinomas propiamente dichos.

Las hormonas más frecuentes que suelen producir estos tumores neuroendocrinos son: serotonina, que como hemos dicho produce el síndrome carcinoide; insulina, que produce hipoglucemias, y gastrina, una hormona que produce el síndrome Zollinger-Ellison, una enfermedad que produce úlceras pépticas muy severas.

Tanto es así que muchas veces la detección de un tumor neuroendocrino se hace gracias a estos síndromes hormonales que hemos comentado anteriormente. «Cuando los tumores neuroendocrinos no son ‘funcionantes’ (no secretan hormonas), pueden cursar de una manera muy silente, sin apenas síntomas, y con frecuencia son detectados de un modo accidental durante otros procedimientos diagnósticos o quirúrgicos que se hacen por otras causas, o ya en fases muy avanzadas de la enfermedad. Un porcentaje de ellos son realmente tumores benignos (no dan metástasis en otros órganos) y con ellos la persona podría vivir toda la vida sin ser detectados nunca», afirma la doctora.

Tratamientos

Excepto para los estadios iniciales, que es cuando los tumores se pueden extirpar mediante cirugía, hasta hace poco los tratamientos que había parar tratar los más avanzados eran «muy escasos», recuerda García Carbonero.

El fundamental era a base de fármacos análogos de la somatostatina, «un tratamiento hormonal que estaba dirigido a inhibir la secreción de las hormonas que producen, pero no estaba claro si frenaba el crecimiento del tumor». En resumen, era más un modo de paliar los síntomas que un ‘ataque’ al tumor.

¿Por qué no tratarlos con la clásica quimioterapia? Porque el lento crecimiento de estos tumores hace que esta fuera muy poco efectiva y sólo se usaba a veces porque no había más alternativa posible.

Afortunadamente, la medicina avanza y con ella la industria farmacéutica.Recientemente se han producido dos grandes descubrimientos en el terreno del tratamiento con fármacos: el primero, con antiangiogénicos como el Sunitinib que reducen la formación de nuevos vasos sanguíneos, de modo que al tumor no le llegue la sangre que necesita para crecer y extenderse. El segundo con un fármaco (Everolimus) que inhibe una diana molecular que se llama mTOR, de modo que retrasa la progresión del tumor.

«Al menos en los tumores de origen pancreático han demostrado que retrasan de una manera muy significativa el crecimiento tumoral y probablemente tienen un impacto en la supervivencia de los pacientes. Esto representa un enorme avance en el tratamiento de esta enfermedad, hasta ahora bastante huérfana desde el punto de vista terapéutico», añade la experta.