vuelta de hoja

La subasta

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La radiación en el subsuelo de Fukushima es diez veces más alta que la normal, pero aquí aún no sabemos los desniveles que ha detectado nuestro tsunami económico. En Japón cunde la psicosis en torno a los alimentos radiactivos, pero entre nosotros lo que se expande es el temor a no saber cómo vamos a alimentarnos. En vista de eso y para prever el futuro, al que no se le ve la oreja hasta que tiene la cabeza fuera, ha empezado la subasta de algunas Cajas. Los bancos, y también algunos competidores, no pueden ocultar su interés, que ya sabemos todos que entre las cosas más difíciles de disimular están el amor, el humo y el dinero. El señor Botín, de sagacidad infatigable, admite su interés por la CAM, a condición de conseguir un adecuado descuento en el precio. Todo parece indicar que la subasta de entidades náufragas no va a basarse en quién ofrezca un precio más alto, sino un valor menor.

Que nadie se pregunte qué va a ser de nosotros. Será lo de siempre, pero con alguna obligación añadida. Para que nos sigan prestando algún dinero tendremos que socorrerlos. No podemos consentir que los ricos se empobrezcan y urge acudir en su auxilio. Se han comportado mal algunos usureros legalizados, pero estamos en la obligación de ayudarles para que sigan ejerciendo su autorizado y necesario oficio. Hay que sanear la putrefacción y el gobernador del Banco de España no quiere verse en la tesitura de seguir herrándonos, o sea, continuar marrándonos con un hierro candente, o quitar el Banco.

Hay que ajustar los precios. Los subastadores tienen que llegar a un acuerdo, aunque lo olviden en el futuro y sea de pésimo gusto recordarlo. El llamado Banco Base se ha caído por su propia base y ahora todo son sondeos. ¿Quién da más?, ¿quién acierta a dar menos?, ¿quién se llevará la mejor parte? Sobre la otra no existe la menor duda.