Tribuna

Justicia histórica

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Parece que después de morir hasta las almas más puras han de pasar por un purgatorio, que dura según sus pecados. A Carlos Díaz Medina, que pasó a mejor vida -literalmente, porque dejó de sufrir puñaladas, como César, de sus Brutos particulares- cuando dejó la Alcaldía de Cádiz, le tocó subir a los cielos no hace mucho, quizá a partir de que se rotulara una plaza con su nombre, y fue canonizado este pasado Carnaval en el Falla, cuando la comparsa Voces, de Tino Tovar, le cantó un emocionado pasodoble. Ahora recibe el premio del Ateneo, de manos curiosamente de quien fue su primer secretario personal. En los últimos años tuvimos ocasión de seguir en estas mismas páginas de LA VOZ, cada semana, sus recuerdos, sus reflexiones, su visión de la ciudad, de la política, sus luces y sombras como llamó a su artículo dominical porque, me dijo, así había sido su propia vida. Quienes desde muchos frentes le defenestraron ahora le halagan. Los suyos llevan en el pecado la penitencia, que va camino de convertirse en cadena perpetua, porque no tienen visos de recuperar el sillón del que abrutamente le desalojaron. Carlos, que es tan buena persona, ni siquiera se alegra. Pero los demás, que le apreciamos, sentimos satisfacción porque, al menos por esta vez, se ha hecho justicia.