Patxi López saluda con la makila en la mano durante la toma de posesión. / Archivo
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El largo viaje del hijo de 'Lalo'

Patxi López culmina una carrera que empezó oyendo las charlas que su padre mantenía en su casa de Portugalete con González o Chaves

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Si a Eduardo Lalo López le hubiesen preguntado a finales de la década de los sesenta si su único hijo tenía alguna opción de convertirse en lehendakari, es probable que hubiese pensado que su interlocutor le estaba haciendo una broma de mal gusto. Por aquel entonces, este histórico militante socialista y trabajador de La Naval estaba desterrado en Almería y su mujer en Cáceres, mientras el pequeño quedaba al cuidado de sus abuelos en la calle Coscojales de Portugalete.

Quienes conocen de cerca a Patxi López -ahora con 49 años- sostienen que aquella vivencia fue clave para entender por qué se dedicó a la política. «En cierta medida, la experiencia de la deportación le marcó, por primera vez sintió la represión política». Como el propio líder del PSE cuenta en su blog (www.patxilopez.com), cuando sus padres regresaron del exilio, su domicilio se convirtió en un centro de reuniones clandestinas. Eran los estertores del franquismo. Por allí pasaron, entre otros, Ramón Rubial, Felipe González, Manuel Chaves -a quien muchos consideran su 'padre político' y de quien le separan poco más de diez años-, Joaquín Almunia, Nicolás Redondo Urbieta o Txiki Benegas, todos alimentados por las cazuelas de bacalao que hacía, Begoña, la madre del nuevo lehendakari. La histórica conexión vasco-andaluza del PSOE. Largas tertulias sobre el futuro, la democracia y el sindicalismo en el Casco Viejo de Portugalete. «Y Patxi merodeaba y escuchaba nuestras conversaciones», recuerda Benegas. En este vivero se crió López.

Los inicios

Era la época en la que la Guardia Civil registraba la vivienda para buscar documentación del por aquel entonces ilegal PSOE, unos papeles que 'Lalo' y Begoña ocultaban en la cama de su hijo. Dificilmente podían imaginar los agentes que entraban en aquella habitación que el niño que se hacía el dormido acabaría siendo presidente del Gobierno Vasco. «Incluso nosotros veíamos muy lejano que un socialista fuese lehendakari. No sólo Patxi», admite Benegas.

El salto del franquismo a la democracia le coge en plena adolescencia. Tras cuarenta años de ostracismo, el apogeo de la cultura euskaldun. Y López no es una excepción. Se apunta a un grupo de bailes vascos con el que recorre Euskadi (hay fotografías impagables), con la cuadrilla «toma la sede del Frente de Juventudes» -antiguo batzoki incautado tras la Guerra Civil- para devolvérsela a los nacionalistas. Mientras tanto, su casa seguía siendo un hervidero político. Lalo había convertido la cocina en una improvisada aula en la que transmitía los valores socialistas a un grupo de jóvenes, entre ellos, a su propio hijo y a un tal Nicolás Redondo Terreros, hijo de Nicolás Redondo Urbieta. Era el comienzo de una relación compleja.

Se afilia a las Juventudes del PSOE con 16 años y al partido en cuanto cumple la mayoría de edad. El futuro lehendakari entra en la Universidad. Se gradúa en Ingeniería Industrial. Su vocación era la Medicina, pero se da cuenta de que es una vocación imposible. Se mareaba al ver la sangre. Admite que su primer curso le va «fatal». Sólo aprueba dibujo. Según asegura, porque en COU no dio Matemáticas Especiales. «No tenía ni idea de integrales y derivadas». Al año siguiente las cosas mejoran. Aprueba todas las de primero y pasa a segundo.

Pero la política le vuelve a enganchar. Va aparcando los estudios. Deja la carrera en el último curso. En 1985 es elegido primer secretario general de las Juventudes de Euskadi. Comienza su ascenso en el partido. En 1987 se convierte en diputado en el Congreso. Su paso por la Cámara baja -sin haber cumplido los treinta años- pasa inadvertido. Con una holgada mayoría absoluta de González, apenas presenta iniciativas. Son años de aprendizaje. Y diversión. Reside en un piso alquilado en la calle del Oso, muy cerca del barrio de Lavapiés. Zona de fiesta. Un piso por el que antes había pasado su propio padre y Chaves. En Madrid sólo está dos años.

Finales de los ochenta y principios de los noventa es una etapa convulsa. En el lado positivo, conoce a su actual mujer, también militante del PSE, Begoña Gil, actual concejala en Bilbao y un pilar fundamental -tanto en lo personal como en lo político- de Patxi López. Pero también es una época de enfrentamientos. Cuando comprueba que la vida en los partidos no es sólo cuestión de ideales, que a veces son campos minados en los que se libran escaramuzas y donde hay que elegir bien los aliados. La agrupación de Vizcaya vive una sangría. A un lado, la mayoría del partido; al otro, Ricardo García Damborenea, el líder carismático, a quien acabó por sustituir Nicolás Redondo Terreros. Patxi apoya a Nicolás.

Con poco más de 30 años empieza a subir escalafones. Se convierte en parlamentario vasco -debuta en 1991- y pasa a ser secretario de Organización del partido. «Al principio hablaba poco, pero cada vez fue haciendo intervenciones muy medidas», apunta Benegas. Comienza a fraguarse un grupo que con el tiempo irá tomando el control del partido: sus integrantes, entre otros, el propio López, Melchor Gil, actual secretario de Organización de Vizcaya y por aquel entonces su sustituto al frente de las Juventudes vascas; y José Antonio Pastor, líder del partido en Vizcaya. La relación va más allá de lo político. Patxi López se casa con Begoña Gil, hermana de Melchor. La pareja no quiere que les una un desconocido. Buscan un amigo. Y es Pastor, alcalde de Ortuella.

«Eran unos 'pipiolos' a los que la 'vieja guardia' observaba con bastante distancia, por no decir desprecio», rememora un veterano integrante del partido. El 'aparato' vizcaíno está en manos de dirigentes como Martín Martínez o José Luis Marcos Merino. El PSOE atraviesa su peor momento. El Gobierno de González se tambalea, la corrupción es cada vez más evidente, los casos relacionados con los GAL... En Euskadi, el PSE se fusiona con Euskadiko Ezkerra. Y López da el salto a primera línea.

El salto a primera fila

Con apenas 35 años pasa a dirigir el partido en Vizcaya. Puro Vietnam. Tierra de emboscadas. Los históricos no lo quieren ni ver, si sale elegido es por el empeño de Redondo Terreros. Era octubre de 1997. Cinco meses después, López le devuelve el favor. Los socialistas impulsan un proceso de primarias que sale tan mal que no lo han vuelto a repetir. A nivel de España, Joaquín Almunia frente a José Borrell. En Euskadi, Redondo versus Rosa Díez para ver cuál de los dos se convierte en candidato a lehendakari. La hoy portavoz del UPD gana en Gipuzkoa y Álava con el apoyo de dirigentes como Fernando Buesa. Pero el respaldo de Vizcaya, con el 'aparato' bajo control de López, resulta fundamental y da el triunfo a Redondo. «No hemos sido íntimos, pero siempre nos hemos llevado muy bien», sostiene el ex secretario general del PSE, quien añade: «Nos hemos respetado incluso cuando hemos tenido diferencias». Y éstas llegaron.

El año 2000 es clave. López y sus fieles hacen dos apuestas. Las ganan, pero están cerca de perderlas. Y de hacerlo, la historia hubiese sido muy diferente. En julio, el PSOE celebra su congreso. Cuatro candidaturas: José Bono, Rosa Díez, Matilde Fernández y un desconocido José Luis Rodríguez Zapatero. López y sus afines apuestan por éste último, Redondo por Bono, Javier Rojo por Díez, a quien, según algunos miembros del PSE, también respalda Ramón Jáuregui. Un apoyo que, en parte, explicaría la fría relación existente entre Zapatero y el ex secretario general de los socialistas vascos.

El futuro lehendakari y el presidente del Gobierno mantienen una reunión en la que también toman parte otros dos dirigentes del PSE, así como José Blanco y Trinidad Jiménez. Nadie sale especialmente convencido de aquella cita, pero tanto los miembros del PSE de Vizcaya como destacados miembros del partido en Gipuzkoa, como Jesús Eguiguren, consideran que es la mejor opción. Y se la juegan. Zapatero gana a Bono por nueve votos. López y su equipo salen reforzados, Redondo comienza a tambalearse.

La lucha por Vizcaya

En diciembre llega el segundo momento crucial de aquel año. Congreso de Vizcaya. Los socialistas viven una sangrienta batalla interna. Cainismo en estado puro. «Era un poco de todo, había discrepancias ideológicas, pero también personales», apunta un miembro del PSE vizcaíno. La formación está dividida por la mitad. La 'vieja guardia' lucha por no quedarse atrás. Su candidato es Carlos Pera, alcalde de Barakaldo, que cuenta con el apoyo de José Luis Marcos Merino, Martín Martínez e incluso Rosa Díez. Gana López por sólo 21 votos. Los acontecimientos se precipitan. Sin saberlo, la carrera hacia Ajuria Enea había arrancado.

En plena ofensiva terrorista, PP y PSE acercan posturas. Mayor Oreja y Redondo se sacan la histórica fotografía del Kursaal. Algunos dirigentes socialistas se ponen nerviosos. La alianza constitucionalista les genera sarpullidos. Dirigentes como López, Gil, Pastor, Eguiguren o Rodolfo Ares comienzan a marcar distancias. Llegan las elecciones de 2001 y Juan José Ibarretxe arrasa. El PSE cede un escaño y se abre la caja de Pandora.

Se empieza a cuestionar la línea estratégica. Redondo pierde apoyos a marchas forzadas. Rechaza un documento presentado por Eguiguren que recoge sus tesis más vasquistas. También otro muy crítico con la situación del PSE elaborado por las Juventudes, dirigidas por otras dos personas que acabarán formando parte del círculo más íntimo de López: Dani Díez y Eduardo Madina. Junto a ellos, Mikel Torres, también ex líder de las Juventudes, ahora alcalde de Portugalete y que ha ejercido de jefe de gabinete del futuro lehendakari. La situación se hace insostenible y Redondo presenta su dimisión como un órdago para tomar el control del partido. El farol le sale mal.

Las piezas se mueven. Es el momento de mayor distanciamiento entre Zapatero y López. El presidente del Gobierno apuesta porque sea Javier Rojo quien lidere el PSE. Según el futuro lehendakari, porque temía una «radicalización» de los socialistas vascos. López tenía como principal aliado a Eguiguren, quien ya había mantenido sus más y sus menos con el secretario general del PSOE y que en Madrid era tachado de filonacionalista.

Llega el congreso de marzo y López se impone a Carlos Totorika -afín a Redondo y que contaba con el respaldo de Rosa Díez- y a Gemma Zabaleta. Es un punto de inflexión. Vuelve a ganar y da muestras de carácter. Zapatero le insiste en que no coloque de presidente del PSE a Eguiguren. López rechaza la petición. Insiste en que en Euskadi «hay que hacer política» y que el político guipuzcoano es el más indicado. Para entonces, López hace tiempo que ha sumado a ese círculo a Ares, con quien formará el tándem que dirigirá el PSE los siguientes años.

Pero el partido sigue escindido. López vuelve a poner en marcha la estrategia que le permitió dominar Vizcaya. Se rodea de un núcleo de confianza, confecciona una ejecutiva a su medida, pero busca integrar a los críticos. «Fueron jornadas de sol a sol, de un trabajo terrible», rememora un colaborador de López. Las aguas se tranquilizan. A ello contribuye la actitud de los perdedores. Dirigentes como Mikel Cabieces, Totorika o Zabaleta optan por pasar página. «Algunos pensaban que nos íbamos a echar en manos de los nacionalistas, pero enseguida se dieron cuenta de que estaban equivocados», ha llegado a afirmar el futuro lehendakari. Por primera vez en muchos años, el partido está unido. Comienza el verdadero asalto a Ajuria Enea.

El final de la carrera

Sin embargo, las distancias con Ferraz se mantienen. Tras las elecciones autonómicas de 2005, Zapatero y Blanco insisten para que el PSE deje a Juan Mari Atutxa ser reelegido presidente del Parlamento vasco. Un gesto de buena voluntad hacia el PNV de Josu Jon Imaz. López se niega. Hay discusiones. Alguna muy acalorada. Para sorpresa de muchos, López se sale con la suya. Como contrapartida, el PSE se ve obligado a apoyar los Presupuestos de Ibarretxe. Sin embargo, López y Eguiguren empiezan a trasladar un mensaje: su objetivo es llegar a Ajuria Enea, el PSE no será el socio menor del PNV. Nadie les cree.

Y llega otro momento clave: el proceso de paz. Para muchos, cuando Zapatero conecta de manera absoluta con la cúpula del PSE. Son meses de conversaciones constantes. Las negociaciones fracasan, pero el presidente del Gobierno 'se entrega' al PSE. De los recelos, a la confianza máxima. «Ve que hemos sido leales en un tema muy conflictivo».

Nadie discute el liderazgo de López. En 2007, ganan en Gipuzkoa en las elecciones forales y se hacen con el Ayuntamiento de Vitoria. En los comicios generales de 2008, el PSE triunfa en los tres territorios. López camina hacia la Lehendakaritza. Llegan las autonómicas de marzo y va a por todas. «Patxi tiene un cosa a su favor -afirma un miembro del PSE-. A lo largo de toda su vida sus adversarios le han minusvalorado. Incluso dentro del partido muchos le veían sólo como el 'hijo de Lalo'. Y eso te da ventaja». El hijo de Lalo y Begoña culmina esta semana su viaje. De Coscojales a Ajuria Enea.