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Una despedida y 190 historias

La salida del Juan Sebastián de Elcano atrae a cientos de curiosos y familiares al muelle para verlo partir

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La tripulación del Juan Sebastián de Elcano puso ayer rumbo a un viaje que les mantendrá seis meses fuera de sus casas, pasando 138 días sin ver tierra en el horizonte. A los 190 marineros que componen la dotación del buque-escuela les faltó tiempo ayer para abrazar a sus familiares, para guardar una imagen que no volverá a repetirse hasta el próximo 21 de julio, momento en que el navío cruce de nuevo el puente Carranza, esta vez en dirección contraria.

La tristeza y la ilusión hicieron una extraña mezcla desde antes de las diez de la mañana para diluirse una vez que el navío fue escoltado por diversas embarcaciones de recreo, además de patrulleras de la Armada, que lo acompañaron hasta salir a mar abierto.

LOS NOVATOS

La historia que no pudo ser

Marinera en tierra

Desde tierra echaban un último vistazo las personas que allí se congregaron, y entre ellas Candelaria Marín, cabo primera de comunicación que no pudo partir a causa de un problema de salud, por el que tendrá que entrar a quirófano.

Se trataba de su primer viaje en el buque-escuela, algo que se ha convertido en una especie de tradición familiar ya que ella misma confesaba que «mis primos han pasado por el barco y mi tío llegó a ser contramaestre. Tenía mucha ilusión por embarcarme y ahora tengo un sentimiento entre rabia y decepción por ver a mis compañeros irse y tener que quedarme aquí».

Su nuevo destino será la base naval de Puntales, un lugar que frena sus ansias de viajar y conocer puertos «tan exóticos como La Habana, ya que para mí Cuba es un destino que tiene misterio y tiene que ser una experiencia muy especial, al igual que Veracruz. Son sitios a los que me hubiera gustado ir, pero tengo que cumplir mi comisionado y esperar».

Por el momento, el único mar que aguarda cruzar cuanto antes es el de «lágrimas, incluso tengo preparado el pañuelo, porque va a ser muy duro ver salir al barco y darme cuenta de que yo no voy a bordo».

Tiene claro que «tarde o temprano partiré» porque «no soy como otra gente a la que le cuesta irse, al contrario es mi ilusión y sólo espero que llegue el próximo año para poder realizar el viaje». Sobre todo por partir con sus compañeros «porque somos un grupo que estamos muy unidos y que nos prestamos mucha ayuda. El navío cuenta con una gran tripulación»

Entró en la Armada en 1999 y desde el principio quiso pasar por el Juan Sebastián de Elcano, ya que «soy la única que falta por pasar, pero ya no se puede hacer otra cosa que resignarse pues lamentablemente este año no ha podido ser».

LA EXPERIENCIA

Viejos lobos de mar

Una rutina

Si Marín logra realizar su sueño, lo más seguro es que conviva con Antonio Sirviente, una de las personas que mejor conoce el navío pues este cocinero lleva 13 años embarcado y un par de vueltas al mundo a su espalda. Por eso, el momento de la despedida es para él «una parte más de la rutina de trabajo».

Aún así recuerda que el comienzo «no fue sencillo pues me mareé y me pasé varios días con fatiga, ahora sé cuando puede aparecer y aparcar esa sensación». En cuanto a la comida afirma que «nadie protesta, a parte de que no tienen mucho en donde elegir pues no pueden tirar para ningún lado. Las únicas quejas que escuchamos es por la cantidad, porque piden más, pero es lo que hay, con dos turnos por la mañana, dos por la tarde y dos refuerzos para las guardias, es decir un bocadillo a medianoche y otro a las cuatro de la madrugada».

Este cocinero es uno de los que más años lleva en la embarcación y pertenece a dotación civil completada por un jefe de cocina, un velero, un carpinteo y un peluquero. Después de los civiles, es el cabo primero mecánico Bruno Ríos, el que más tiempo lleva en el barco, con cinco años de viajes. Para él lo más complicado es «cambiar el chip y aunque cuesta, siempre se consigue y la vida en el barco es muy distraída y dinámica por lo que se pasa pronto. Además es una experiencia única y un privilegio».

DESDE FUERA

El hechizo de un navío

Mejor ir en moto

La fama de la embarcación también llega a la calle y es capaz de arrastrar a moteros de Sevilla y Jerez pertenecientes al club Koza. Para Xuan González, uno de sus componentes, es «impresionante y cuando lo ves te das cuenta de que se trata de uno de los más representativos. Ahora nos vamos a ir al puente Carranza para verlo pasar». Sobre todo elogia la valentía de sus marineros porque «yo soy capaz de ponerme a 200 kilómetros por la carretera con la moto antes de subirme a uno de esos palos»

El navío se ha convertido en uno de los destinos más deseados. Algo que confirman algunos alumnos de la nueva promoción de Alférez de Navío que acudieron a despedir a sus compañeros, ya que ellos están destinados en embarcaciones como Galicia, Numancia o La Navarra.

Francisco Hernández asegura que «es un destino muy especial por lo que significa el buque. Es una embajada flotante y por ello es solicitado por todo el mundo».