EN EL CENTRO. José Crespo posa en la plaza de San Antonio, minutos antes de que arrancara a llover. / ANTONIO VÁZQUEZ
CÁDIZ

José Crespo «El levante aturde la mente, pero no vuelve loco a nadie»

Director del primer centro de Salud Mental de Cádiz y docente durante casi 40 años, el Doctor Crespo es uno de los psiquiatras más prestigiosos de una ciudad «donde hay una gran facilidad para aceptar todo lo distinto»

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Como hay temporal y llueve de costado, José Crespo cruza San Antonio y busca refugio en una cafetería del centro. Sacude el paraguas, cuelga cuidadosamente la gabardina y pide una infusión. Podría pasar por uno de esos venerables señores que recorren Oxford Street, de librería en librería, en las lóbregas tardes londinenses, a la caza de alguna rareza editorial. Pero esto es la Calle Ancha, a José le gusta que lo llamen Pepe y arruga el entrecejo si lo tratan de usted. Afable, cercano y muy cordial en el trato, se nota, por la sincera complicidad que despierta con su conversación, que ejerció la docencia durante 40 años. Además, fue uno de los pioneros de la práctica de la psiquiatría moderna en Cádiz. Entre sorbo y sorbo a una taza humeante de poleo, entre anécdotas, chascarrillos y digresiones, el doctor Crespo habla de su vida y de su trayectoria profesional.

-¿Por qué se especializó en Psiquiatría y por qué vino a Cádiz? ¿Fue una cuestión de demanda?

-Mi educación es la crónica de una huida. Elegí Medicina huyendo de las Matemáticas, de la Física y de la Química. Y luego, como no me gustan los enfermos, ni las pupas, ni la sangre, elegí la especialidad de Psiquiatría. Yo estaba programado para ser farmacéutico, como mi abuelo. Pero esas directrices familiares no escritas están para incumplirlas. Llegué a Cádiz en el año 64, al Colegio Mayor Beato Diego. Me encontré un ambiente muy particular, distinto a lo que conocía...

-¿Qué tenía Cádiz de diferente?

-Cádiz presume, con razón, de la cercanía de la gente y de su vocación de ciudad abierta. Se podían hacer amigos fuera de tu círculo de estudiantes y profesores más estrecho. El ámbito de relación se ampliaba. Empecé en Sanidad Nacional, en El Olivillo, y en el 69 me embarqué en una labor docente en la que ahora cumpliría 40 años.

-¿Qué recuerda, profesional y vitalmente, de aquel Cádiz de finales de los 60?

-Lamento profundamente no haber sabido apreciar la importancia del momento que estaba viviendo. Quizá, dentro de algunos años, piense lo mismo de la actualidad. Me faltó sensibilidad para entender la relevancia del fenómeno hippie, por ejemplo. Mientras que en California se practicaban principios estrechamente relacionados con mi profesión (el consumo de drogas como parte de una filosofía personal y de una actitud ante la sociedad), aquí los únicos adictos eran algunos profesionales de la medicina, morfinómanos, sin contar el alcohol, claro. Estábamos en pleno boom de la marihuana, pero no se conocían las futuras consecuencias. Con el tiempo, el hippie pasaría a yonqui.

-En Cádiz hay tendencia a trivializar el tema del consumo de hachís. Ya sabe, no hay más que ver cómo se trata el asunto en Carnaval...

-Me da la impresión de que es una cuestión más de este momento social que de esta ciudad. En cualquier caso, eso de restarle importancia al consumo de cannabis es un error. Produce más problemas psiquiátricos que la propia heroína. Abre las puertas a conflictos larvados, y el enganche psicótico es más frecuente que con otras drogas supuestamente más duras. No obstante, la problemática social, sanitaria y económica más grave, no sólo en Cádiz, sino en toda España, es el uso, abuso y dependencia del alcohol. Es muy superior al de todas las drogas juntas.

-¿Cree que en Cádiz hay una especial tolerancia a la hora de integrar socialmente a los enfermos mentales, hasta el punto de que algunos de ellos son personajes populares que gozan de mucho cariño?

-En Cádiz ha habido siempre una gran tolerancia hacia todo lo distinto, y eso incluye a los enfermos mentales. No podemos afirmar lo mismo de otras ciudades, incluso dentro de la propia Andalucía. Es algo que puede apreciarse también, por ejemplo, en otros aspectos, como la actitud popular ante la homosexualidad. Se acepta. No hay conductas agresivas. Posiblemente tenga algo que ver con la herencia de la España musulmana. Mientras que en media Europa andaban atando a los enfermos con cadenas, aquí se les consideraba, incluso, como personas especialmente vinculadas a la divinidad.

-¿A lo largo de su extensa trayectoria profesional, recuerda algún caso especialmente llamativo?

-Llegué a visitar, como estudiante, el antiguo Hospital de Capuchinos. Tuve entre mis manos la historia clínica de un enfermo, fechada a finales del XIX. Lo debieron de ingresar con 15 o 16 años por un brote psicótico. La familia se sentiría cómoda teniéndolo allí encerrado, se despreocuparon de él y por esa simple cuestión pasó su vida sin volver a pisar la calle. Más de 70 años. Para entonces, era un ancianito.

-El tópico vincula el viento a la locura. ¿Hay algo de verdad científica en esa supuesta verdad popular?

-No hay una base sólida que permita afirmar que existe una relación entre una cosa y otra. Hice un estudio pueblo por pueblo y las tasas de enfermedad en Tarifa o Alcalá eran las mismas que en otras poblaciones. Lo que sí ocurre es que la levantera aturde la mente y puede activar ciertas conductas, pero no vuelve loco a nadie. Del aturdimiento a la locura, hay un trecho. No obstante, me consta que algún código penal antiguo consideraba determinados vientos (una especie de levante gaditano) como una circunstancia atenuante a la hora de juzgar crímenes y delitos.

-¿El Carnaval tiene una función terapéutica?

-Todo lo que sea vivir a la pata la llana, felizmente, durante algunos momentos, es un signo de buena salud mental. No creo que cure a nadie, pero pasar un rato distendido, en ese ambiente lúdico, es muy recomendable.

-¿La crisis dispara la tendencia a la depresión?

-Por supuesto. Todo individuo que pierde algo (un objeto, unas vacaciones, un empleo, una expectativa futura), cae en la frustración. Y, dependiendo de cómo la gestione, pueda acabar en un cuadro de angustia o depresión. Estamos en un tiempo, qué duda cabe, muy proclive a perder cosas...