ANÁLISIS

La red es la líder R. VÁZQUEZ CÁDIZ

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pesar de haber crecido en la era tecnológica -mi máquina de escribir está intacta y no sé cómo se hace una fotografía en analógico- desconfío sobremanera de las posibilidades que ofrece internet, de los beneficios que se pueden obtener a través de un ordenador. Suelo ser recelosa al contacto entre personas por medio de una pantalla, fría, mentirosa y traicionera. Sin embargo, con Tuenti, caí. A la quinta, pero con todas las consecuencias. La red social se convirtió para un estrecho círculo de amigos en una plataforma viva de comunicación. Nos veíamos todos los días, compartíamos charlas cara a cara cada poco tiempo, reíamos y nos transmitíamos nuestras inquietudes en las quedadas, en los paseos de vuelta a casa... pero Tuenti era el líder del grupo. En principio, las características de esta red son semejantes a la del messenger o el chat, pero todo aquel que se inscribe acaba por ignorar al resto de canales. El sistema de invitaciones y la posibilidad de explorar por medio de filtros a los millones de usuarios registrados, la convirtió en un vicio. De diez amigos pasé a veinte, luego treinta, estreché relaciones con conocidos de mis conocidos, y me reencontré con compañeros de colegio, con amigos que emigraron. Tuenti se erigió en el escaparate de nuestras experiencias y en el origen de muchas otras. Descubrí los intereses de personas a las que trataba a menudo, pronuncié cosas que nunca me atrevería a decir «en directo» y recuperé imágenes del pasado. Pero, como todas las modas, ésta dejó de tener sentido para mí. «No es para adultos», pensé. Eso, unido a la falta de tiempo obligó a «desconectarme». La cuenta, no obstante, continúa operativa y de vez en cuando abro mi perfil con la ilusión de quien hace lo propio con un buzón de correos en espera de noticias de un ser querido ausente.