Un vino de Ramón Bilbao que muestra el poder de la tierra

Una mesa de despacho, unas maletas viejas, una bola del mundo, una bicicleta. También está el vino, una botella. Y una pareja irreal, aunque sea esta vez pareja. Un cuadro hecho fotografía, y lo más importante es ella. Porque ella es esa botella de Mirto, también vino, y por supuesto de cepas viejas. Cómo emprender un viaje, aunque imaginario fuera, sin un sorbo de la uva tempranillo, que otros dirán frutos rojos y a mí me atrae la fruta negra, soberbio comportamiento en la boca, tan fina como la que más fuera. Y el equilibrio como figura geométrica desde que el saber se hace sabor, y entera la cepa se saborea. Se saborea con deleite porque el afán de Mirto es un guiño a la naturaleza.

Aunque sea la bodega su estancia más profunda, veinticuatro meses en barrica y otros tantos, más o menos, encerrado en la botella. Aunque sea, este vino de Ramón Bilbao muestra de verdad el poder de la tierra, del escaso fruto que da la viña vieja pero que se lleva toda la sabiduría, como Mirto demuestra. Incluso una pareja irreal podría convertirse en pareja si ambos compartiesen una copa. Sentirían lo mismo, algo parecido a la felicidad plena.