La línea: ¿texto, imagen, idea?...

Eduardo Barco, Pensamientos lineales, Diputación Ciudad Real, Biblioteca de Autores Manchegos, Colección literaria Ojo de pez, 2015.

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Decía Manuel Vázquez Montalbán, de forma elíptica, que «el centro es la línea más larga entre dos puntos», por lo que haciendo buena la inversión propuesta, podríamos afirmar, convincentemente, que «la línea entre dos puntos es el centro más corto». Aunque haya, quien a continuación pregunte ¿qué tipo de línea es esa que amaga pero no da?, incluso que amague preguntando ¿qué es un centro corto? Pero ¿hay centros cortos?, o ¿todos los centros son muy largos, al carecer de bordes y laterales? Por no hablar de la extrañeza misma de las líneas. Habida cuenta de la diversidad de líneas existentes en el universo de la geometría y en las misteriosas cajas de líneas; incluso de la extrañeza que nos produce saber que por un punto, por un sólo punto tan pequeño y minúsculo como centrado, puedan pasar infinitas líneas rectas.

De forma parecida el pintor Eduardo Barco (Ciudad Real, 1970), en su primera obra literaria publicada, se esfuerza en formular todo un trabajo sorprendente que merece advocaciones varias, bajo la estela de una denominación comprometida como la de Pensamientos lineales. Dando a entender que por oposición a lo lineal, pueda haber pensamientos no lineales, que serán consecuentemente pensamientos discontinuos, como la luz misma; Pensamientos curvos, como cierta geometría no euclidiana; Pensamientos simultáneos, a la manera de Nietzsche y hasta Pensamientos quebrados.

Un Pensamiento lineal será, consecuentemente, tanto el que se produce sobre la vida y milagros de las líneas en su conjunto, como el que opera con esa determinación precisa de una secuencia temporal, que cuenta con un principio y con un final. Y es que una línea, pese a su neta espacialidad, introduce, dolorosamente, el tiempo en los bolsillos de nuestras vidas. Por eso hablamos tanto de la «línea del tiempo» como de la «línea de la vida», que son otras variantes espaciales.

Y es esa relación entre palabras e imágenes, y en el límite entre Poesía y Pintura, la que conviene explorar. No es que la poesía sea «un arma cargada de futuro», como quiso o hubiera querido Blas de Otero, sino que creo, y posiblemente E. Barco también, que la poesía es un arma cargada de imágenes. Frente a los que piensan y captan el ejercicio poético, exclusivamente como un mar de palabras, hay lectores y autores que suelen encontrar en esos materiales verbales un yacimiento de imágenes.

¿Pero cómo se pasa de las palabras a las imágenes? Esa es la cuestión, que no es nueva, pese a lo que pudiera parecer. Hay ya una trayectoria plural de miradas poéticas y de palabras pintadas que viaja desde los Caligramas de Apollinaire, a las reflexiones de Juan Ramón Jiménez, desde los Aforismos de Ángel Crespo a La Poesía en líneade Gregorio Prieto o a la Poesía letrista de Cirlot. Por no citar otros ejercicios de intersección de imágenes y poemas, a la manera de Joan Brossa, Chema Madoz o el manchego Teo Serna. Se dirá incluso, que no hay palabras que no lleven una mochila de imágenes a cuestas, por lo que esa designación de palabra e imagen, es pura repetición y pura evidencia.

El epílogo que traza Eduardo Barco, en este original libro, fija un cambalache parecido al del tango conocido: «cambalache de palabras / cambio frase de hölderlin / vivir es defender una forma / por / vivir es defender una línea». Epílogo que me atrevería a completar con «vivir es defender una palabra».

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