artes&letras castilla-la mancha

Puntería del decir poético

«La luna en la punta de la lengua», de Adolfo González, el refrescante afloramiento de un estado de ánimo

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cuando La luna en la punta de la lengua obtuvo el Premio de Poesía «Arcipreste de Hita» el poeta Vicente Gallego, miembro del jurado, destacaba en el informe final del fallo que «no es habitual encontrarse en un premio un libro tan cumplido como el de Adolfo González, un libro en el que se dan cita la clarividencia poética y la sabiduría vital en luminosa armonía, y todo ello refrescado por unas gotas de buen humor». Ese lúcido vitalismo, esa claridad equitativa y ese humor sin dobleces que señala Gallego podría concentrarse en la atribución de la certeza expresiva que muestra la ceñida poética de este joven creador asturiano afincado ahora en Cuenca.

Este libro consta de una ensamblada serie de proposiciones encuadradas en un lirismo de tono sencillo, sencillo en cuanto a la disposición de las frases, concatenado en sumarias cláusulas ahormadas en un tino poético donde los económicos vocablos apuntan a un decir que exhibe un encumbrado mensaje sorpresivo de alta condición poética («El silencio / sopla como el viento, / canta como el mirlo, / habla como yo».)

La luna en la punta de la lengua susurra de un tirón su contenido en la expectante capacidad receptiva de un lector que se va llenando de las dulces y escuetas confidencias que el autor le sugiere. Por su timbre de calidad antirretórica, tal lector puede asociar el sobriamente enriquecido poder comunicativo de esta colección poética a los versos de Gloria Fuertes, sin que Adolfo González sea un epígono de la célebre y simpática creadora madrileña («Una niña tose / asomada a un balcón. / Yo dibujo una ventana en la libreta / y veo lo divino en su catarro.»)

Superando el decir poético de Gloria Fuertes, centrado en un humor intempestivo más que en el simulado fondo trágico que habita la poesía de González, este libro mejor apunta a un espíritu que podríamos enmarcar dentro de la estética dadaísta, un movimiento desprovisto de férreos postulados y elevado a juegos verbales tamizados de un seco humor pueril («Cuando era joven / me defendía como un erizo. / Hoy en día, más joven, / me defiendo como una flor».).

González, sin embargo, como pudimos corroborar tras su intervención en la última edición del Festival de Poesía para Náufragos celebrado en Cuenca, nunca ceja en el efectivo manejo de los recursos literarios para dotar a lo verbal de las más sabrosas cumbres.

André Breton argumentaba, en su defensa de Dadá, que la corriente fundada por Tristan Tzara no fue un entramado político, ni una escuela, sino el refrescante afloramiento de un estado de ánimo, estado anímico del que está imbuido este libro de Adolfo González, que nunca olvida el profundo misterio poético ni un eficaz factor sorpresa siempre presente en sus poemas.

Ver los comentarios