Postal editada por Heliotipia Artística Española hacia 1928 (Sala de la Casa del Greco)
Postal editada por Heliotipia Artística Española hacia 1928 (Sala de la Casa del Greco) - archivo municipal
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El Greco recobrado y difundido en el siglo XX (y V)

Seguir la huella en el mundo del artista se convierte en ímproba tarea por la fuerza expansiva que tuvo su creciente aprecio popular en este siglo

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En la valoración y difusión de la obra de El Greco a principios del siglo XX cabe reseñar a algunos coleccionistas privados, que pusieron sus fondos al servicio de exposiciones del Cretense y contribuyeron, notablemente, a la popularización del genio. Entre ellos, merece lugar de honor el húngaro Maczell von Nemes, poseedor de una importante colección de maestros españoles, entre los cuales El Greco terminó ocupando un lugar protagonista. Por causa de esta labor de compilación y de una actitud de generosa divulgación, Budapest acogió una nutrida muestra de pintura con notorias obras de El Greco.

En España, tras la publicación del libro de Cossío, y la activa práctica de muestras y adquisiciones del museo del Prado, emergió, con una energía extraordinaria, la persona de Benigno de la Vega Inclán, verdadero benefactor de las artes, hombre entregado con pasión desmedida a la compilación de objetos artísticos, que, al recibir la noticia (no exacta) de que se había hallado la casa de El Greco, decidió comprarla.

Lo que adquirió el Marqués de la Vega Inclán fue, en realidad, una ruina, donde apenas quedaban vestigios de una antigua casa del siglo XVI, próxima al ya por entonces inexistente palacio del marqués de Villena, del que, en efecto, El Greco había arrendado algunas estancias. Esta circunstancia no restó un ápice de la pasión del marqués, que resolvió emprender una reconstrucción que devolviera a la casa un estado lo más cercano posible a su construcción originaria. Inmediatamente después, emprendió un proceso de recuperación de los grecos contenidos en el museo provincial, sumido, como el común de la ciudad, en el abandono, y, por tal motivo, en estado calamitoso, como las pinturas del Cretense que albergaba. Compiló otras obras, dispersas por distintos emplazamientos de la ciudad, en estado de decadencia. Él mismo sufragó el proceso de restauración del apostolado y del Plano y vista de Toledo. En 1909 mostró el resultado de la recuperación de las pinturas en una exposición en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Al año siguiente, la casa-museo era ya una realidad que pudo ser inaugurada por el rey Alfonso XIII. Nacía así una iniciativa que difícilmente resiste el parangón con ninguna otra en el campo de la difusión cultural y del patrimonio.

Entretanto, en el resto de Europa, con especial empuje en el caso de Alemania, El Greco penetraba en todas las capas sociales por medio de exposiciones exhibidas en Múnich (1911), Colonia (1912) o Düsseldorf, donde se mostró la colección Maczell, en 1913.

Todo parecía contribuir a una gran implosión cuyo despliegue se produciría en el año 1914, en la conmemoración del tricentenario de la muerte de El Greco. Sin embargo, el evento no pasó de ser una efemérides restringida a unas élites culturales cuya visión de nuestro pintor quedó circunscrita a ópticas tradicionalistas que trataron de explicar el desvío del Cretense con respecto al canon del realismo renacentista, lo que posibilitó que tomaran la palabra quienes atribuían, a causas clínicas, el personalísimo estilo del pintor. El cariz conservador y restringido de la celebración quedó rubricado con la inauguración del busto erigido a El Greco en el Paseo del Tránsito, obra de Miguel Ángel Trilles, artista de estilo apegado a las convenciones de la tradición. En este enfoque, más que discutible, volvió a distinguirse por su compromiso e intuición, el marqués de la Vega Inclán, que propició algunas publicaciones en diversas lenguas con las que intentó posibilitar la participación en los fastos de gentes de diversos países. Por desgracia, el tricentenario no pasó de ser, como tantos otros eventos en Toledo, una serie de actos sin resonancia ni trascendencia ni participación popular. Sin embargo, algo se había logrado con el empuje de unos y de otros: la elevación de El Greco al Olimpo de los grandes artistas; por ello, en 1920, se daba respuesta a la vieja reivindicación de Azorín y el Prado destinaba una sala propia al pintor. Durante los años 40, el Prado realizó valiosísimas adquisiciones hasta convertirse en el espacio con la mejor colección permanente sobre El Greco (algunas obras, incautadas durante la Guerra Civil y custodiadas en las dependencias del propio museo, pertenecientes, en origen, a la Iglesia católica, fueron adquiridas por la pinacoteca).

Fuera de España, la precocidad con que los británicos se habían distinguido en la atención dispensada a El Greco tenía su manifestación pública en la retrospectiva de pintura española exhibida en Londres en 1901, donde, obviamente, se mostraron obras de El Greco. Dentro, también, del mundo anglosajón se distinguieron algunos magnates norteamericanos, poseedores de colecciones tan amplias y con tan gran calidad que, ya a comienzos del siglo XX, cuando las mansiones de los legatarios y las obras contenidas en ellas constituyeron verdaderos museos; fue el caso de la Colección Frick de Manhattan, donde algunos grecos coexisten en una serie compuesta por obras de gran calidad. En este ámbito, es especialmente importante el nombre de Archer Milton Huntington, hombre que demostró una afición desmedida por el arte y la cultura española, de resultas de las cuales fundaría la Hispanic Society of America, considerado hoy como el referente museístico del arte español fuera de nuestras fronteras. Entre las adquisiciones de Huntington se encuentra nada menos que La Piedad de El Greco, correspondiente a su etapa romana. Y, por supuesto, hay que mencionar al matrimonio Havemeyer, que adquirió la Vista de Toledo de noche y el Retrato del cardenal Niño de Guevara, que son una de las motivaciones más importantes para visitar el Metropolitan neoyorkino.

A partir de aquí, seguir la huella de El Greco en el mundo se convierte en ímproba tarea por la fuerza expansiva que tuvo su creciente aprecio popular. El solo hecho de trazar la línea cronológica que dibujan las sucesivas exposiciones dedicadas a su obra, ya sean con carácter monográfico o con representación parcial, durante el siglo XX, es un dato que resulta palmario. Exponemos las ciudades y las fechas en que, durante la pasada centuria, el Cretense ha tenido presencia: Londres (1901), Madrid (1902), Viena (1903), Bilbao (1904), Londres (1920-1), Sitges (1936), Basilea (1939), Ginebra (1939), Madrid (1939), Londres (1948), Burdeos (1953), Estocolmo 81959-60), Madrid (1960-1), Madrid (1964), Nueva York (1964), Gante (1966), Madrid (1969), Madrid-Ávila (1971), Londres-París (1976), México (1978), Buenos Aires (1980), Leningrado-Moscú (1980), Belgrado (1981), Venecia (1981), Toledo (1982), Múnich-Viena (1982), Madrid-Washington-Toledo (Ohio)-Dallas (1982-3), Amsterdam (1985), Tokio-Nara-Aichi (1986-7), Florencia (1986), Edimburgo (1989), Ginebra (1989), México (1989), Sofía (1989), Heraclión (1990), Chartres (1991), Sevilla (1992), Itinerante (1993-4), México (1994), México (1995), Atenas (1995), Atlanta (1996), Barcelona (1996-7), Bilbao-Madrid (1997), Madrid-Oviedo (1998), Bolonia (1998), El Escolrial (1998), Valladolid (1998-9), Madrid (1998-9), Madrid (2000), Río de Janeiro (2000), Santiago de Compostela (2000). Y las exposiciones han seguido en la siguiente centuria.

De entre todas estas muestras, es de justicia destacar la que se produjo, en 1982, por deseo expreso del Toledo Museum of Art de Toledo de Ohio, en el marco del quincuagésimo aniversario del hermanamiento de la ciudad norteamericana con la española del mismo nombre. El objetivo era organizar una exposición en cooperación con el museo del Prado, al que se sumaron, finalmente, la National Gallery of Art de Washington y el Museum of Fine Arts de Dallas. El catálogo de la muestra, excelente, contiene acercamientos muy valiosos a la figura, a la obra y al marco de referencia del artista. El evento se completó con un ciclo de conferencias proferidas en el Prado, y un simposio celebrado en Toledo. Con ello, el acto constituyó un verdadero ápice en la evolución de los estudios sobre el artista. Se había establecido el fundamento para una nueva aproximación a la imponente dimensión del genio. Toledo, extraído del ámbito etéreo de las sugerencias y las evocaciones, pasaba a incorporarse a la agenda cultural, plenamente tangible, lo que fue aprovechado para que, desde el compromiso con la conservación y difusión de la ciudad, en el año 1989, se creara la Real Fundación de Toledo, como una llamada de atención a los poderes públicos, a los patronazgos y mecenazgos, y al conjunto de la sociedad civil para coaligarse en el proyecto colectivo de rescatar la ciudad de su estado declinante. Con este propósito se inicia la bullente vida cultural de la Fundación, donde El Greco será asunto recurrente, que apunta definitivamente recobrado y difundido, hacia el siglo XXI y al tetracentenario de su muerte, que ahora se celebra y sobre el que hablaremos en el siguiente artículo de esta serie.

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