Cerró La Grande Chapelle con música sacra, en buena parte de la catedral de Toledo
Cerró La Grande Chapelle con música sacra, en buena parte de la catedral de Toledo - luna revenga
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El IV Centenario de El Greco se despide…con música

Tres conciertos en la iglesia de San Pedro Mártir han puesto el broche de oro a esta celebración

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Las grandes exposiciones han terminado. El Greco se despide con música. La Fundación El Greco 2014, que ha tenido una larga, variada y exitosa planificación musical en su programa «Música del Centenario», ha querido que este año de fastos se cierre de la mejor manera posible. Tres conciertos en la iglesia de San Pedro Mártir han puesto el broche de oro. Abrió el ciclo Nereydas con la música emocional, cegadoramente luminosa y embravecida de Jommelli. Siguió Zarabanda engarzando la estética manierista de la música con la pictórica del Cretense. Cerró La Grande Chapelle con música sacra, en buena parte de la catedral de Toledo. [FOTOGALERÍA: Las imágenes de los tres conciertos]

Nereydas y Filippo Mineccia

Nereydas, con la batuta/pincel de su director, Javier Ulises Illán, ha homenajeado al Greco pintando un cuadro con la luminosidad de la música del aversano Niccolò Jommelli, el compositor de la luz.

Fue este un concierto caracterizado por su variado repertorio y una calidad musical fuera de toda duda, en la que destaca el contraste emocional de sus contenidos, su versatilidad, su riqueza de matices y un empleo muy expresivo del texto. A las obras de Jommelli se le sumó una extraordinaria sinfonía de J. A. Hasse y el «Lascia ch'io pianga» de Händel, en un sublime bis de los dos que se interpretaron.

La profesionalidad y la pasión interpretativa de los músicos de Nereydas (en su mayoría mujeres) aupó a la estrella de la noche, el virtuoso contratenor florentino, Filippo Mineccia. Si el gran «castrato» Farinelli (para quien Jommelli compuso música) poseía un valor terapéutico en sus cuerdas vocales, «siempre afinadas como el arpa de Orfeo», como se suele decir en sus biografías, Mineccia recupera como un atleta las florituras vocales de aquellos cantantes dieciochescos, que hoy se encuentran en el grupo de los contratenores y los sopranistas, sin que su cuerpo haya recibido la agresión que sí recibieron los castrati. Estuvo soberbio el italiano, pero no estuvo solo. Asentado en la proa de Nereydas, con su voz fue el héroe único en la proeza de soportar sobre el escenario los embistes de un mar embravecido y de una pirotecnia técnica y musical inaudita, abrazado por la seguridad calmada y por la naturalidad con la que respiró la música bajo la batuta de Javier Ulises Illán, que condujo el timón con madurez, mano firme y gesto ágil y así solventar con absoluta seguridad los problemas de concertación en un recinto difícil, en el que la reverberación dificultaba el ajuste minucioso. Energía y sensibilidad quizá sean los términos justos para definir al tándem maravilloso que formaron Mineccia e Illán. El contento del público, que llenaba el recinto, se hizo notar en la calidez de los aplausos y muy especialmente en los comentarios que se hacían al salir tras ver y escuchar una propuesta musical tan interesante.

Zarabanda

El grupo Zarabanda, liderado y dirigido por Álvaro Marías, ofreció el segundo de los conciertos. De los tres programados, este es el que más se acerca iconográficamente a los cuadros y la estética del Greco, tanto por la presencia de las flautas y la viola de gamba (instrumentos habituales en las pinturas del artista) como por la retórica manierista que comparten el pintor y los compositores elegidos por Marías para la ocasión.

Zarabanda nos acompañó en un viaje musical que recorrió lugares del Greco. Los ritmos danzados oxigenaron mucho el concierto y si todo el programa tenía un acento italiano, hay que resaltar que alcanzó también cierto brillo español con la música del conquense Bartolomé de Selma y Salaverde y el bis del toledano Diego Ortiz.

Las flautas de Álvaro Marías sonaron estupendamente y nos hizo ver con esta música y esta interpretación el alargamiento y la distorsión de las figuras que se corresponde con el estilo de pintura del Cretense.

En el concierto pudimos apreciar la brillantez de la que hizo gala Jordan Fumadó con los instrumentos de tecla, especialmente en la pieza de Frescobaldi. El universo creativo de Frescobaldi es tan personal como el del propio Greco y Fumadó conectó perfectamente con el manierismo que tanto caracteriza al músico como al pintor. Ramiro Morales supo aportar su templanza al concierto y su virtuosismo se evidenció en la pieza de Galilei que interpretó «a solo».

La viola de gamba de Alejandro Marías dialogó bien aunque la delicadeza de su sonido quedaba difuminada por la acústica que favorecía a los agudos de las flautas y, a veces, quedaba como una hermosa estampa en la que los oídos no escuchaban bien lo que los ojos veían. El concierto, muy cerca del final, se vio interrumpido por un incidente, un desmayo, aparatoso en sus inicios, de un espectador de primera fila, al que se atendió en su propio asiento y a quien la organización dejó que siguiera el concierto mientras llegaban las asistencias. Los músicos, pese al contratiempo, hicieron gala de su profesionalidad, siguieron tocando y nos deleitaron con dos bises excelentes, antes de recibir los merecidos aplausos de un público entregado.

La Grande Chapelle

En el concierto más glamouroso, pues se concitaron abundantes políticos de primera fila y representantes de instituciones varias, La Grande Chapelle nos ofreció una actuación propia de su estilo habitual, el sacro, que engarzaba a la perfección con la pintura más religiosa del Greco.

La música, buena parte de ella relacionada directamente con la catedral de Toledo, de los compositores españoles más importantes del tiempo de Doménico Thetocópuli, con la dirección de Albert Recasens, llenó la nave de la iglesia. En esta ocasión hay que decir que la acústica de lo que fue templo y hoy recinto universitario favoreció el empaste de un grupo que interpretó los salmos, antífonas o motetes con una técnica impecable.

Pese a que todos los cantantes que conforman el grupo son todos de una depurada técnica, hay que hacer notar la gran labor del joven contratenor sevillano Gabriel Díaz Cuesta y el soporte de Jesús García Aréjula con su voz grave. Así mismo, los instrumentistas dieron prueba de su calidad excelente. El muy experimentado Elíes Hernandis comandaba el coro de los vientos de una manera acertadísima.

El concierto, al que hay que reconocer la muy buena labor de investigación de Albert Recasens, ofreció algunos estrenos, cobrando especial relevancia el que sirvió a La Grande Chapelle para cerrar su actuación: el Himno de Santa Leocadia.

Con merecidos aplausos se despidió la labor de los músicos y se puso fin a las celebraciones musicales del año del Greco.

Esperemos que este año pleno de esplendores musicales no se difumine como una sombra en una mañana de niebla toledana. Algo más que el recuerdo sí nos queda. Ahí están, para seguir disfrutando, la excelente grabación de las «Misas» de Alonso Lobo por La Grande Chapelle y Albert Recasens y el muy alabado libro-disco, de iniciativa y producción al margen de cualquier ayuda institucional, «Angélico Greco» de Nereydas y Javier Ulises Illán. El IV Centenario se termina. El Greco, su espíritu y sus obras seguirán ahí sorteando los vaivenes del tiempo.

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