Éxito de Aída en el Palacio de Congreso

Hay que agradecer la buena labor de los profesionales que tienen que bregar en difíciles condiciones para sacar adelante con dignidad una producción como esta

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Aída, la ópera que le encargaron a Verdi para la inauguración del canal de Suez, la pudimos ver y oír en el Auditorio «El Greco» de Toledo.

Esta ópera es una de las más inconsistentes de la producción verdiana, de la que todos recordamos el ¡chanchanchán! de la famosa marcha de las trompetas. Los mayores méritos de esta obra, rica en fantasía, consisten especialmente en el dramatismo de los dos personajes etíopes, Amonasro y Aída, y de algunos coros, por ejemplo el de los sacerdotes. El protagonista principal, junto con Aída, es Radamés, el general egipcio vencedor y del que se enamora la hija del Faraón y la propia Aída; pero Verdi construyó un personaje del todo inconsistente en él, sin relieve ni expresión, que ni tiene madera de héroe, ni de amante, ni de víctima.

Aída, en cambio, sin tener la fuerza de otros personajes verdianos, se consolida como un personaje paradigmático en su aspecto de amante; por el contrario su figura como esclava me parece solo un esbozo. De estas dos personalidades tan débiles no podía elevarse el himno supremo al amor y a la muerte que hubiera convenido al drama. El tercer personaje en cuestión en el trío amoroso verdiano es Amneris, la hija del Faraón, que está bastante mejor construido tanto en su versión dramática como lírica, y ya desde el principio de la obra manifiesta sentimientos muy encontrados como son los del amor, los celos, el desprecio o la sensualidad.

La tragedia de Aída la cantaron las voces de la compañía de ópera internacional de concerlírica, que fueron de menos a más según se sucedían los cuatro actos. Fue ganando especialmente a partir del segundo. Aunque en ese recinto siempre hay que tener en cuenta que, por la ausencia de foso y de concha, la música de la orquesta eclipsa y ahoga las voces, muy especialmente cuanto la potencia de los instrumentos de viento crea una cortina sonora que impide seguir lo que se canta y hace que se pierda la gracia y los matices de las voces, por mucho empeño que pongan.

Deficiencias del recinto aparte, que, además de las relacionadas con la música se pueden señalar muchas otras, hay que agradecer la buena labor de los profesionales que tienen que bregar en estas condiciones para sacar adelante con dignidad una producción como esta. Rodica Picireanu, como Aída, creció en voz, en registro, en dramatismo y en presencia escénica; Ana Maksudova, como Amneris, mantuvo el equilibrio y el tipo a lo largo de toda la función, convirtiéndose el personaje más auténtico y creíble; Carlos Moreno, Radamés, cantó lo que Verdi escribió para construir un personaje confuso, que no es poca tarea. El Faraón, Maksim Ivashchuk, defendió con lucidez su papel; Amonasro, en la voz y en el corpachón de Petru Racovita, tomó fuerza escénica en todas sus intervenciones. Vasili Micusha, como Mensajero, y Valerio Cojocaru, como Sumo Sacerdote, cumplieron con rigor el papel encomendado. El coro estuvo correcto, con momentos excelentes, y la orquesta, con esa situación tan anómala en la que debe colocarse, sonó con precisión.

La puesta en escena fue como es siempre en estas producciones itinerantes de economía difícil, funcional, con escasez de elementos, aunque digna y suficiente para dar a entender el contexto egipcio en el que se desarrolla la tragedia de Aída. Los figurines recrean también la vestimenta de época que conocemos a través de la pintura jeroglífica y hay que apreciar cómo el coro femenino casi reproduce los gestos específicos de la frontalidad que han llegado hasta nosotros en las pinturas murales de templos, tumbas y pirámides.

El recinto del palacio de Congresos estuvo absolutamente lleno. El éxito de público en estas obras demuestra que existe el deseo de ellas. Estas producciones, que nunca tendrán la calidad de las que se hacen en un gran teatro con un gran presupuesto institucional, como el Real de Madrid, cumplen la extraordinaria función de divulgar la música y de dar de comer a los músicos (que tiene la sana costumbre de hacerlo tres veces al día como el resto de los humanos). Ejemplos como esta Aída, que ha llenado un recinto de casi mil localidades, debieran servir para que las mentes ¿pensantes? que nos ¿gobiernan? comenzaran a crear estructuras estables para que la cultura y la música dejaran de existir en el ámbito de la miseria y los profesionales, que tanto aportan a una ciudadanía más cívica, puedan vivir dignamente de su profesión y no en la tragedia de la desesperanza y la escasez de horizontes.

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