Análisis

Call of Duty: Black Ops Cold War: la Guerra Fría se intensifica

La saga introduce un gran componente político en su última entrega, la primera que da el salto a la nueva generación de cosnolas pero mantienen un estatus conservador

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La Guerra Fría es, con permiso de la II Guerra Mundial , uno de los periodos más trascendentales de la civilización moderna. Dos choque de trenes en constante tensión. Durante décadas, Occidente, erigido por Estados Unidos como valedor del mundo libre, y la Unión Soviética se enfrentaron sin cuartel en el rearme nuclear. En cualquier momento se pudo apretar el botón rojo. Fue una época de robos de planos, de agentes dobles, de espionaje y de definición del tablero en base de dos modelos antagónicos e irreconciliables. Esta temática le da un giro más político a « Call of Duty: Black Ops Cold War », nuevo videojuego de la saga bélica de esta subsaga irreverente que cambia, ahora, de enfoque.

Haciendo gala de un enorme despliegue técnico, esta entrega se caracteriza por un plano mucho más político que sus antecesores, que se habían mantenido más o menos en un cliché propio de los conflictos bélicos: el Bien y el Mal, la enemistad y los armamentos avanzados. La saga ha tenido algunos altibajos en su búsqueda por sorprender a los parroquianos. Pero esta contienda desliza, si cabe, un mensaje mucho más ideológico que de costumbre, con ese diablo interpretado por la antigua URSS y el comunismo. Es una trama de espionaje internacional algo previsible y le cuesta un tiempo arrancar . Se ha incorporado unas opciones de diálogo, aunque no están totalmente bien ejecutadas.

Esa perspectiva se mantiene hasta el final de una docena de misiones interconectadas. Es una campaña distinta, para bien o para mal. Aquel periodo dejó un profundo halo de misterio alrededor del espionaje. Milicias y agentes utilizaron cachivaches de todo tipo para intentar anticiparse al enemigo . Y esa confrontación se plasma a lo largo de la obra, como un momento en el que uno de los protagonistas, Alex Mason , emplea un micrófono de largo alcance oculto en un paquete de cigarrillos durante una visita a un bar donde se daban cita los investigados.

El título vuelve a sacar partido a los giros de guión, con secuencias cruciales vestidas con grandes llamaradas de fuego, ocasiones para ser sigiloso, aunque vuelve a ofrecer los mismos enfoques para resolver los conflictos como el enemigo infiltrado en el grupo. Uno de los protagonistas encarna a Alex Mason, un espía de la CIA y conocido por anteriores entregas de la subsaga, que forma parte de un equipo cuya misión es localizar a Perseus, enemigo del mundo libre que desde los años sesenta ha estado embarrando en los conflictos contra occidente como la Guerra de Vietnam. Por el contrario, el jugador se desenvuelve principalmente con un personaje apodado «Bell» y cuya trayetoria es un misterio que se va desvelando a medida que se avanza en una historia que deja dos finales diferenciados: el «bueno» y «malo».

De hecho, ahonda en las filias y fobias de la cultura norteamericana como el fallido Vietnam , que está en el imaginario colectivo como uno de los conflictos más importantes de la Guerra Fría. También recurre a una ambientación propia de la época, que se exhibe en detalles como la presencia de diskettes o cassettes que incluyen informes relevantes. El juego incluye varias misiones secundarias que requieren descifrar unas claves para poder completarlas. La duración se completa en unas escasas siete horas, dependiendo del nivel escogido ( hay un modo realista muy interesante para los más avezados en este género ).

Comandados por Russell Adler , jefe del equipo de cuya estética recuerda a la del actor Robert Redford en la película «Spy Games» (2001), los espías deben frustrar una operación de robo de armamento nuclear a partir de recabar información de localizaciones como Trabzon (Turquía) o Berlín. Un equipo, por cierto, financiados por el mismísimo Ronald Reagan . Por el camino, los jugadores deben obtener varias pruebas para descifrar un objetivo. La gracia de esto es que no hay un código unificado: en cada juego es distinto. Esto es algo que obliga a prestar atención a los variados entornos de combate por los que pasa el usuario.

El título se completa con su gran baza, el modo multijugador, aunque se aprecian algunos rincones que resultan familiares, con lo que es excesivamente conservador respecto a «Modern Warfare», la anterior entrega. El objetivo, el de siempre: moverse rápido evitando la lluvia de balas y, de paso, cargarse a unos cuantos. Es divertido y punto, con algunos diseños de mapas verdaderamente alucinantes. Pasan los años y sigue funcionando como un reloj. También se encuentra disponible su siempre efectista modo zombies.

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