Sociedades que aprenden

Está gestándose una ley de formación profesional, con un secretismo que no augura nada bueno

JOSÉ ANTONIO MARINA

Está gestándose una ley de formación profesional, con un secretismo que no augura nada bueno . Antes de que sea tarde, me gustaría que la sociedad reflexionara sobre esta ley, que tiene una transcendental importancia educativa, social, política y económica. Está dirigida al mundo educativo, pero la desborda.

De hecho, en este momento, la formación profesional inicial depende del Ministerio de Educación, y la formación para el empleo, del Ministerio de Empleo. Teniendo las tasas de paro que tenemos, con miles de profesionales cualificados que han tenido que emigrar, en un mundo en que los empleos van a cambiar aceleradamente, acertar en este tema debe ser asunto de prioridad nacional . No puede ser solamente una «reforma del actual sistema inicial de formación profesional», sino de algo más ambicioso, porque debe fijar la arquitectura de la «sociedad del aprendizaje» que debemos construir si no queremos quedarnos marginados.

«Sociedad del aprendizaje» no es un eslogan retórico. Desde teóricos, como el premio Nobel Stigliz ('Creating the Learning Society') hasta documentos oficiales de la OCDE y la UNESCO o informes de empresas privadas como CISCO, muchas voces advierten de que vamos hacia una sociedad del aprendizaje permanente y acelerado, y que las naciones deben prepararse para conseguirla. Estamos sometidos a una 'Ley Universal del Aprendizaje', que dice: «Toda persona, toda organización y empresa, toda sociedad si quiere sobrevivir debe aprender a la misma velocidad a la que cambia el entorno . Y si quiere progresar deberá hacerlo a mas velocidad». Para estar en condiciones de hacerlo necesitamos un Pacto Nacional para la Formación Profesional en una sociedad del aprendizaje. Hay sociedades que aprenden y sociedades que se estancan. ¿A qué clase queremos pertenecer?

Para hacer una ley moderna, es imprescindible definir lo que entendemos por formación profesional. Hasta ahora la hemos considerado el aprendizaje de un oficio, la salida para los que no podían o no querían ir a la Universidad, y eso ha falseado su significado, devaluándolo de paso. Formación profesional es el conjunto de aprendizajes reglados que siguen a la educación básica . ¿También la Universidad? Por supuesto. La Universidad no solo enseña oficios, sino que en muchos casos los acredita para poder ser ejercidos (abogados, médicos, ingenieros, arquitectos, profesores). Desde hace mucho tiempo he propuesto, sin éxito alguno, que toda la formación post-secundaria debería denominarse Formación profesional: de primer nivel (escuelas de formación profesional, ciclos formativos), de segundo nivel (grados universitarios) y de tercer nivel, (titulaciones de postgrado) .

Eso dignificaría lo que hoy llamamos Formación profesional, permitiría una relación más fluida entre los tres niveles, daría a la formación universitaria una relación más clara con el mundo laboral y permitiría tratar con mayor claridad las implicaciones sociales y éticas de ser un 'buen profesional '.

Michael Sandel , de la Universidad de Harvard, ha publicado recientemente un libro titulado La tiranía del mérito en el que advierte de la brecha social que se está abriendo entre la clase universitaria, en especial de las grandes universidades americanas, y el resto del mundo del trabajo. Interpreta el triunfo de Trump, y su grito de « Odio a la gente con estudios », como una respuesta de los trabajadores que se sienten humillados por la prepotencia de las élites culturales, lo que crea un clima de ira y resentimiento.

En España, tanto la Universidad como la Formación profesional viven el mismo problema: un titulo universitario es el único medio de ascensión social en un país muy clasista (como casi todos). Desgraciadamente, ese 'ascenso social' no se corresponde con un 'ascenso económico', porque tenemos a muchos licenciados trabajando en puestos de trabajo para los que están hipercualificados . Esto produce una doble disfunción social: malestar entre los que se dan cuenta de que su esfuerzo no es suficientemente compensado; y entre los que se sienten desplazados por gente con una excesiva cualificación de los puestos que esperaban ocupar. Pondré un ejemplo: si el puesto de reponedor en un supermercado lo ejerce un abogado, la persona que solo tiene su certificado de enseñanza obligatoria se queda fuera del mercado laboral.

La 'sociedad del aprendizaje' tiene que favorecer la formación ágil, eficiente y continuada de todos los ciudadanos . Es una equivocación separar la formación inicial de la formación para el empleo. Es una tragedia el desfase entre la formación universitaria y el mundo laboral. La orientación profesional debe tener un papel más activo en todo el sistema educativo. Y es el sistema educativo el que debe despertar y preparar el futuro de nuestros alumnos, que es el futuro de nuestra nación, y debe hacerlo en colaboración con el resto de los agentes sociales.

Hace unos meses estuvo en España el rector de la Universidad de Singapur. Presumió de que, para luchar contra la obsolescencia de los conocimientos, todos los graduados de esa universidad podían volver a estudiar gratuitamente veinte años después , para actualizar su formación. Me parece una iniciativa inútil, porque ese proceso debería hacerse como mínimo cada cinco años.

Desearía que antes de lanzar una ley de formación profesional, que puede nacer atrasada, quien tiene capacidad para hacerlo promueva la reflexión sobre la sociedad del aprendizaje que necesitamos . A pesar de mis desastrosas experiencias, sigo manteniendo la esperanza de que la lucidez se impondrá alguna vez en los temas educativos.

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José Antonio Marina es filósofo, pedagogo y escritor

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