Concordato para acabar con un cisma político

El acuerdo persigue cerrar la división entre la Iglesia «oficial», controlada por el régimen comunista, y la «clandestina», leal al Papa

El Vaticano y China firman un acuerdo histórico sobre el nombramiento de obispos
Pablo M. Díez

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Acabar con el cisma que sufre la Iglesia católica en China . Eso es lo que pretende el Vaticano con el acuerdo para el nombramiento consensuado de obispos suscrito con el autoritario régimen de Pekín. A partes iguales, sus doce millones de fieles se dividen entre los que obedecen a la Asociación Católica Patriótica, controlada por el Partido Comunista, y los que permanecen fieles a la Santa Sede.

Entre los primeros destacan siete obispos, más uno fallecido el año pasado, que habían sido consagrados por la Iglesia «oficial» sin el permiso del Papa, quien ayer los readmitió en el Vaticano tras firmar el acuerdo con Pekín. Por el otro lado, hay una treintena de obispos de la Iglesia «clandestina» que han sido nombrados por Roma pero no reconocidos por las autoridades chinas, de quienes se espera un gesto recíproco. A ellos se suman otra treintena de obispados que están vacantes y deberían desbloquearse gracias a este acuerdo histórico , primer paso hacia el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre China y el Vaticano.

Rotas desde 1951, cuando Mao Zedong expulsó del país al Nuncio de la Santa Sede y a sus misioneros católicos, dichas relaciones han estado marcadas por la feroz persecución durante la época dura del comunismo y una progresiva relajación, pero bajo un férreo control, tras la apertura al capitalismo hace cuatro décadas. A pesar de las mayores libertades económicas y sociales que ha vivido China desde entonces, el régimen del Partido Comunista sigue dirigiendo todos los cultos religiosos, desde el budismo hasta el cristianismo pasando por el islam, para que nada ni nadie le hagan sombra.

Esa es la base de este nuevo concordato que, en esencia, recuerda al que ya está vigente con otra dictadura comunista como Vietnam o al que rigió en España durante el franquismo. Con cesiones por ambas partes, el objetivo es unir espiritualmente a toda la Iglesia católica china más allá de la supervisión administrativa e ideológica que impone el régimen.

Al menos, se pretende así evitar casos tan sangrantes como el del obispo de Shanghái, Tadeo Ma Daqing , recluido desde 2012 en el seminario de Sheshan tras criticar en su propia ordenación el control religioso de las autoridades chinas. Tras confesar en su blog que se arrepentía de esta protesta, fue readmitido el año pasado en la Asociación Católica Patriótica, pero solo como «padre», no con el título de obispo que le había concedido el Vaticano.

Peores aún son los casos de otros obispos mártires encarcelados y torturados como José Fan Zhonglian y Cosme Shi Enxiang , que se pasaron catorce años bajo arresto domicliario hasta su muerte, o Jaime Su, desaparecido desde 2003. A la espera de aclarar estos abusos, los fieles de la Iglesia «clandestina» confían en que el acuerdo sirva para acabar con la persecución que aún pesa sobre sus cabezas. Todos ellos recuerdan la masiva campaña contra las iglesias, sobre todo protestantes, en la industrializada provincia costera de Zhejiang, que obligó a retirar unas 1.800 cruces y a demoler docenas de templos en 2014. Por luchar contra esta purga religiosa en la región con más cristianos de China, el abogado Zhang Kai fue detenido durante siete meses y obligado a confesar en televisión que actuaba al servicio de fuerzas extranjeras.

A finales del año pasado, el gobierno provincial de Jiangxi, al sur del país, obligó a los numerosos católicos de la comarca rural de Yugan a cambiar los cuadros de Cristo que tenían en sus casas por retratos del presidente Xi Jinping, so pena de retirarles las ayudas públicas que recibían. Y en abril, durante la presentación del Libro Blanco sobre las Religiones, un responsable oficial, Chen Zongrong , aseguró que «ninguna fe está por encima del Estado» y que «la Constitución china establece que los grupos religiosos no pueden ser controlados por fuerzas extranjeras». Si en el futuro el Vaticano reconociera a China, debería romper sus relaciones diplomáticas con Taiwán, la isla separada del régimen comunista de Pekín que es independiente «de facto» pero solo tiene lazos oficiales con una veintena de países. Como se ve, los caminos del Señor son inescrutables, más aún en China.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación