500 aniversario

Primera vuelta al mundo: arriban a Cebú

Primera vuelta al mundo es una serie de artículos en la que el marino Ignacio Fernández Vial recrea cada sábado el viaje de Magallanes y Elcano

Mapa de las islas de Cebú y Mactán, a donde llegó la expedición el 7 de abril de 1521 ABC

Ignacio Fernández Vial

«El domingo 7 de abril (de 1521) entramos en el puerto de Zubú (Cebú- Filipinas). Pasamos cerca de muchas aldeas, done vimos casas construidas sobre los árboles. Cuando estuvimos cerca de la villa, que tenía el mismo nombre que las islas, Magallanes mandó izar todos los pabellones y amainar las velas, y se disparó en descarga cerrada toda la artillería, lo que causó gran alarma entre los isleños»..

Toda esta parafernalia obtiene el efecto deseado y muy pronto todos los habitantes de la ciudad están en la playa observando a las naves castellanas, maravillados por el porte de las mismas, y aterrados al mismo tiempo por el estruendo de su artillería. Nada más dar fondo, el capitán general envía a tierra al escribano León de Espeleta y al lengua Enrique , al que les acompaña el rey de Limasawa , que vino a bordo de la Trinidad desde su isla.

Éste le cuenta al soberano de Cebú que Magallanes y sus hombres eran gente de paz y que llevaban a bordo mercancías muy ricas para comerciar. Para aplacar los temores provocados entre su gente por el ruido de la artillería, Enrique se dirige al rey, diciéndole que los cañonazos disparados no eran nada más que una costumbre castellana y que no tenían otra intención que la de rendir homenaje a su regia persona.

Una vez establecido este primer contacto tranquilizador, Humabón , que así se llamaba el rey filipino, pregunta a Enrique qué objetivo les mueve a venir a su isla y quiénes eran. El intérprete le responde que venían de un reino lejano perteneciente al rey más poderoso de la tierra y que navegan por esas latitudes con el objetivo de llegar a las Molucas . Gracias a que antes de esta entrevista el rey de Limasawa había elogiado la figura de Magallanes y adelantado el porqué de su visita, Humabón le replica que aceptaba el comerciar con ellos, pero que previamente tenían que pagarles una cantidad en concepto de impuestos, como acababa de hacer con un junco que les había comprado esclavos y oro. Los dos embajadores españoles, muy hábilmente e interpretando perfectamente la voluntad de Magallanes, le manifiestan que el capitán general de tan gran rey nunca se verá obligado a pagar impuestos a nadie, añadiéndole que si quería la paz con ellos, la tendría, pero que si se empeñaba en cobrarles tributos, lo interpretarían como una ofensa y les declararían la guerra. Al día siguiente el señor de Cebú comunica a los españoles que su consejo ha decidido no solamente no cobrarles tributos, sino darles toda clase de facilidades para proceder al intercambio de mercancías entre ambas partes. Poco más tarde, llegan a las naves el príncipe heredero y diez notables de la isla. Magallanes los recibe sentado en un sillón de terciopelo rojo y los invita a sentarse en sillones semejantes junto al príncipe de Limasawa, mientras que los demás visitantes son acomodados en sillas de cuero, o en su defecto, en esteras extendidas sobre la cubierta.

Como consecuencia de las penalidades pasadas durante la inacabable travesía del océano Pacífico, en la noche que cierra el día 9 y da comienzo al 10 de abril mueren dos tripulantes, el sobresaliente que fuera de la Santiago, Martín Carreña , y en horas, el merino de la misma nave, Juan de Aroche . Los castellanos solicitan permiso al rey de la isla para dar cristiana sepultura a sus hombres.

Ganada la voluntad de los isleños, el capitán general se decide a iniciar un comercio a gran escala con ellos, para lo que le pide al rey que les ceda una casa en el pueblo donde puedan acopiar parte de los géneros que estibados en las bodegas en Sevilla, estaban destinados a ser utilizados como monedas de cambio. Concedida la autorización, y después de haberse desembarcado muchas de las mercancías, el día 12 de abril se abre al público el almacén y se inicia un animado mercadeo.

«El viernes abrimos nuestro almacén y expusimos nuestras mercancías, que los isleños admiraron extrañados. Por objetos de bronce, hierro y otros metales nos daban oro. Nuestras joyas y otras bagatelas se convertían en arroz, en cerdos, en cabras y otros comestibles. Por catorce libras de hierro nos daban diez piezas de oro, de un valor equivalente a ducado y medio cada una. El capitán general prohibió que se demostrase demasiada codicia por el oro; sin esta orden, cada marinero hubiera vendido todo lo que poseía para procurarse este metal, lo que hubiera arruinado para siempre nuestro comercio.»

Recuperados en buena parte de sus dolencias, y viendo que están muy cerca de su objetivo, las islas de las Especias, los tripulantes de las tres naves que quedan ya en la expedición pueden llevar una vida solaz, disfrutando del excelente clima y de la siempre amable acogida de los lugareños. Intercambian mercancías con ellos, pasean por tierra placenteramente, llenan sus estómagos de alimentos frescos, nunca escasos, y por añadidura, pueden acompañarse de bellas mujeres, de las cuales nos dice el cronista que los preferían a ellos antes que a sus maridos: «estas muchachas eran muy bonitas y casi tan blancas como las europeas, y no por ser ya adultas dejaban de estar desnudas. Todas las mujeres nos preferían a sus maridos».

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