Historia

La huella catalana en Sevilla

Participaron en la Reconquista y su comunidad se asentó en un barrio junto a la Catedral cuando la ciudad tuvo el monopolio de las Indias

La antigua calle de Catalanes, hoy Albareda, donde se asentó la comunidad catalanoaragonesa en Sevilla Raúl Doblado

Javier Macías

Cataluña ha dejado una profunda huella en Sevilla. Por más que su historiografía se haya manipulado para determinar rasgos diferenciales e independientes, en Andalucía hubo una comunidad muy importante de catalanes emigrados . Participaron en la Reconquista, obtuvieron tierras, formaron linajes y, por el auge de la ciudad durante la Carrera de Indias, se multiplicaron y se mezclaron con la cultura popular hasta el punto de crear hermandades y negocios que perviven hoy en día.

Un estudio elaborado por Juan Manuel Bello León para la Universidad de La Laguna analiza cómo fue la presencia catalana en la Andalucía Occidental a finales de la Edad Media . Así, afirma que el suroeste del Reino recibió entre el siglo XIII y el XV un aporte humano considerable. «Los motivos pudieron ir desde la búsqueda de nuevas tierras hasta la huida de las dependencias señoriales o el aprovechamiento de las ventajas fiscales», asegura.

El punto de partida de esta historia es el año 1248 . Fernando III, en pleno asedio de Sevilla, contó con la ayuda de tropas formadas por catalanes, lideradas por Guillén de Monsalves quien, tras la Reconquista , obtuvo unas casas en la collación del Salvador y tierras en Camas , una localidad que -junto a Coria , donde llegaron a asentarse hasta 500- fue concedida casi en su totalidad a los conquistadores de Cataluña. Monsalves fundó un linaje nobiliario que tiene su huella actual en el palacio y la calle del mismo nombre en el barrio del Museo.

El Rey había concedido un fuero a Sevilla que contemplaba la posibilidad de crear grupos de repobladores que tendrían un régimen jurídico y fiscal especial . Entre esos grupos se encontraban catalanes que se asentaron en los antiguos barrios de Francos y de la Mar . Eran mercaderes, que se aprovecharon de esos privilegios y que crearon el llamado barrio de los Catalanes . Según Bello León, esta zona estaba delimitada «en solares que se encontraban frente a la Catedral y muy próximo a las calles que ocupaban los Genoveses» -como la actual avenida de la Constitución-. Se trataba del barrio de la Mar, en el actual Arenal y la calle García de Vinuesa.

La torre de la antigua Catalana de Gas J. J. Úbeda

Tanta fue su influencia durante las primeras décadas del siglo XIII, que en Sevilla se creó el primer consulado de Barcelona . Coincidiendo con la expansión comercial catalana, estos consulados se establecieron para la defensa de los mercaderes de aquella procedencia. «Su formación suponía el reconocimiento institucional a una comunidad que se presumía, al menos, tan amplia y activa como otros colectivos de mercaderes de la ciudad», apunta el estudio.

Sin embargo, el padrón de Sevilla de principios del XV determinaba que apenas había diez catalanes viviendo en la ciudad, todos ellos en la citada calle. Se habían marchado, tal vez coincidiendo con la expansión de otros mercados, y llegaron a vender todas sus posesiones en Coria.

La capital del mundo

La situación dio un vuelco cuando, en las últimas décadas de ese mismo siglo, se descubrió América y Sevilla se convirtió en la metrópoli del imperio. Los catalanes, que hasta entonces explotaban el Mediterráneo, volvieron a poner sus miras en Andalucía Occidental y muchos de ellos se asentaron en Sevilla. Los historiadores califican como falsa la afirmación tan difundida en Cataluña de que se les prohibió hacer la carrera de Indias. Tanto Bello León como el hispanista Henry Kamen -que dice «no saber si reír o llorar ante tanta insensatez» en su último libro «España y Cataluña: Historia de una pasión»-, demuestran que no fueron excluidos. Lo único que se les exigió, como al resto de mercaderes, era que debían asentarse en Sevilla, que tenía el monopolio para enrolarse en las flotas. De hecho, atestiguan que algunos de ellos viajaron a América con autorización de la Casa de Contratación.

La Virgen de Montserrat por Alemanes Juan Flores

De esta forma, demuestran que en aquellos momentos los catalanes habían generado «una red de relaciones personales e intereses comerciales lo suficientemente fuerte como para influir en las estructuras financieras». Se habían, incluso, mezclado con la cultura popular de Sevilla. De hecho, trajeron la devoción a la Virgen de Montserrat y crearon a principios del XVI una hermandad que realizaría estación de penitencia a la Catedral el Viernes Santo y que hoy es santo y seña de la ciudad.

Ocho apellidos catalanes

Narciso Bonaplata, el hombre que creó la Feria de Abril ABC

Conforme se fue apagando la llama comercial con América, su presencia se fue diluyendo. Pero no todos se fueron, muchos dejaron su legado en forma de calles, como la de San Jorge o la de Catalanes , que estuvo 400 años en el nomenclátor hispalense hasta que por cuestiones políticas, a finales del XIX, decidieron renombrarla como Albareda . Su huella está en el Porvenir, donde llegó la modernidad con la Catalana de Gas y los edificios que hoy permanecen en pie de Aníbal González. Y, de modo anecdótico, también en la Plaza del Pan, con la gorrería «La Catalana» .

Su legado en la ciudad permanece en los apellidos de personalidades, sagas familiares y también en los negocios: Ferrer (la papelería más antigua de Sevilla), Benito Mas y Prat, Delgado-Roig, Pagés del Corro, las amarguras de Font de Anta, Cortés Lladó, los Vila, Asunción Milá (que tanto luchó contra la pena de muerte), Santa Coloma, Queraltó, Montoliú, el cardenal Lluch... Catalanes que han enriquecido nuestra cultura. Como Albéniz y su «Sevilla». Como Serrat, que tomó prestado a Machado para cantar «La Saeta» al Cristo de los Gitanos. Gitano, como Ceferino Giménez Malla «El Pele», un beato catalán al que rezan los calé de esta tierra. De la Semana Santa, a la Feria. Narciso Bonaplata, un barcelonés que inventó la Feria junto con un vasco (José María de Ybarra) y que murió y se enterró en Sevilla, ciudad a la que amó y a la que regaló el privilegio de una fiesta grande.

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