Reloj de Arena

Fernando Climent: Plomo o plata

Tenía madera de líder, se machacaba como si no hubiera un mañana y amaba al barco como a sí mismo

Pedro Abreu y Fernando Climent ABC

Félix Machuca

Hubo un tiempo en el que nuestros fondistas tenían piedras en los bolsillos, nuestros nadadores se ahogaban en las piletas olímpicas, los saltadores parecían cosidos a la tierra y los velocistas con el escudo de España en su camiseta corrían hacia atrás. Eran aquellos tiempos los del plomo. Los tiempos frustrantes de varias generaciones que nunca escucharon el himno de España posarse en el podium de un medallista de oro. Lo importante, recuerde, era participar.

En el año 84 todo empezó a cambiar . Y el plomo se convirtió en oro, plata y bronce. Cinco medallas se trajeron nuestros más sobresalientes atletas de las Olimpiadas de Los Ángeles . Y aún guardo en mi retina aquel día en el que el barco de Luis María Lasúrtegui y Fernando Climent le arrancaban a las aguas del lago angelino una plata tan reluciente como las que traían hasta el Guadalquivir desde Zacatecas los galeones hispanos del XVI . Cuando vimos en la tele al vasco y al sevillano con la plata sobre sus pechos y las sonrisas abiertas de ambos dibujando de felicidad sus bocas, empezamos a entender que aquellos años ochenta, verdaderamente, serían una década prodigiosa.

A Fernando Climent, como a los remeros, piragüistas y fondistas de la vieja Chapina, cuando se salía a la calle para hacer kilómetros, la gente le gritaba aquello tan hiriente de «coge un pico y una pala», como si fuera un insulto el entrenarte para conseguir éxitos para tu ciudad y tu nación. Pero por un oído entraba y por el otro se olvidaba porque una pasión siempre se impone a un despecho arrojado desde una furgoneta de repartidores de butano.

Climent tenía madera de líder, se machacaba como si no hubiera un mañana y amaba el barco como a sí mismo . Una íntima compañera suya, Valle García , no olvidará nunca las horas que invirtieron en sacar adelante aquel club «Remo Sevilla» que, cuando dejó de apadrinarlo Pedro Abreu tras ser secuestrado por ETA, pelearon como jabatos para que no se cerrara. Terminaban los entrenamientos de la semana y se ponían a barrer y limpiar el club para dar fiestas recaudatorias. Tras la fiesta, nuevamente a barrer y limpiar. Y vuelta a los entrenos para no descolgarse de los campeonatos de España. No consiguieron mantenerlo abierto. Pero demostraron cómo se pelea cuando todo está en tu contra.

Cuando Climent llegó a Sevilla con la plata de Los Ángeles parecía que llegaba una estrella del rock . Lo reclamaron del Ayuntamiento, la Diputación y la Junta. En Los Palacios le dieron un homenaje con la gente coreando su nombre. Y en el alma de los miarmas se encendió el maltratado pabilo del orgullo local. La autoestima deportiva sevillana se reducía, por entonces, a lo que fueran capaces de hacer sus equipos de fútbol y a cualquier escaramuza perdida en las casualidades que pudiera cosechar otra actividad. Quizás por eso, el logro de Climent en Los Ángeles, fue para la ciudad como una inyección de la controvertida pócima antienvejecimiento de la famosa doctora Aslan , aquella rumana que formuló para los laboratorios el Gerovital H3 .

Fernando fue profeta en su tierra. Rey del Guadalquivir y de Los Ángeles. Un remero al que le tuvieron que poner una especie de secretaria para que le llevara su apretadísima agenda durante los días de celebración sevillana de su logro olímpico. Lo más curioso de su hazaña fue que, dos meses antes, con el equipo concentrado en Bañolas, el entrenador quiso probar cómo iba el barco si se combinaban un peso ligero como era el sevillano con un chicarrón del norte como era el vasco Lasúrtegui. Entre ambos había veinte centímetros de altura de diferencia y 20 kilos de peso a favor del vascongado. Y los entrenadores se restregaban los ojos de ver lo que veían. No era posible. El barco parecía que llevaba un fuera borda y que tragaba millas como una planeadora tabaquera gibraltareña. Apostaron por Lasúrtegui y por Climent y el Guadalquivir se llenó de plata.

Veinte años después de su medalla olímpica, ya casado con una catalana y residiendo en Bañolas, Climent volvió al lugar de los hechos para enseñarle a la familia el lago donde a base de paladas consiguió la plata olímpica. Ni había lago ni había testimonio alguno donde contarles a sus hijos a qué altura de la regata se sintió un héroe griego. Todo había desaparecido. Todo menos aquellos hermosos recuerdos que suelen forjarse durante la práctica de un deporte y que se encallan para siempre en el corazón.

Durante el mundial juvenil de Eaton, Inglaterra, el hijo de su amiga Valle García, Álvaro Romero , ganó la plata. Ambos se cruzaron en algún momento de la ceremonia y se abrazaron para llorar como niños viendo que el remo los seguía manteniendo juntos, una generación después. Lo que el río une, no lo separa ni el plomo de los años ni la ostentación de la plata.

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