Reloj de arena

Eduardo Balbontín Bravo: El gancho de su compás

Era grande, sonoro y de rostro tan bondadoso como impenetrable. Era sal fina en unas noches, a veces, de sal muy gruesa

Eduardo Balbontín Bravo

Félix Machuca

Midan el compás de su empatía por un hecho tan simple como este: tremenda juerga nocturna, de las que la noche se queda sin luces ni brújulas, la pandilla acaba en Cádiz, donde duermen la mona el gorila y el orangután. Cuando Eduardo Balbontín se despierta abre la ventana de la habitación y ve el mar. Y dice, sin angustias ni asombro, como un busto de telediario: no veas la que ha tenido que caer esta noche… Ese era el son, el compás y la guaracha de uno de los intelectuales del humor más divertidos de la cátedra de Vicente El Traga en García de Vinuesa, allá por los años sesenta, cuando Sevilla tenía otra cara y otra risa. Eduardo Balbontín Bravo era sal fina en unas noches, a veces, de sal muy gruesa, pasada de tomate y mollate, donde los Beatles pudieron colocar sin pega ninguna su Loco de la Colina … sevillana. Una madrugada en El Rompido, con Pepe Caballero y algún amigote más, se fue a pescar. Lo llevaban todo. Tiraron las cañas pero desnortados por las mareas del Tinto o del Odiel, la barca se quedó en seco. Escorada y en seco por la bajamar. Hubo que esperar la marea para ponerla a flote. Cuando Celso Pareja Obregón le preguntó a Eduardo cómo fue la pesca, dijo: superior. He bajado de la barca para coger espárragos…

Eduardo Balbontín era grande, sonoro y de rostro tan bondadoso como impenetrable. En la caseta de Feria, junto con David Pastor , encontramos el antecedente de los actuales monólogos humorísticos. Porque ambos embelesaban a los presentes con historias, por ejemplo, de Cristóbal Colón , de nula rigurosidad americanista. Eso no impedía que Eduardo interpretara a la Niña de Fuego tirándole a los presentes cerillas encendidas. Al que casi queman las asauras fue al bueno de Amós Rodríguez , el hermano del Beni , recién llegado de una gira por Japón. Era verano. Y se fue para la taberna de Vicente encontrándose con los habituales de la cátedra velando las estrellas de la noche y espantando la calina ambiental. Pepe Rivera dio orden de guasa: no echarle cuenta a Amós de lo que diga del viaje a Japón. Y Amós se quedó sin contar su aventura con el último samurai por falta de atención del auditorio. En cambio fue muy comentada la aspiración de Eduardo de comprarse un Mercedes en un concesionario local que le pidió todo tipo de garantías: la firma de dos avalistas, otra del banco, la escritura de la casa y casi el expediente de sangre de cristiano viejo. Eduardo miró al concesionario y le dijo: prefiero darte veinte mil duros y no he venido a verte, Rafael…

Trabajaba en el departamento de administración de la fundición familiar que tenía en la calle Torneo. Pero no les daba la espalda a propuestas tentadoras. Por ejemplo: hacer un spot publicitario con Roger Moore en Jerez para el coñac 103. En la taberna del Traga había constancia fotográfica de aquella incursión en la publicidad. No sé si fue antes o después de aquel anuncio cuando se fijó en él el director de cine Manuel Summers . Se conocían de veranear por la misma zona de Cartaya, La Antilla y El Rompido. Y con Summers, se convirtió en uno de los mejores ganchos para su cámara oculta. Celebrada fue la escena donde Balbontín hacía de ciego y le pedía a una señora que le ayudase a pasar la calle y dejarlo en la otra acera. Cuando llegaba se inventaba algo para volver a la acera de partida. Siete veces, por lo menos, se quedó con la señora. En otra ocasión se disfrazó de cura en la puerta de un cine de películas desnudas de prejuicios. Y obligaba a confesarse a los que salían del calentamiento global del patio de butacas. Uno le llegó a decir: yo no soy católico y no me confieso. Eduardo le respondió: peor para ti... Hubo escenas que no vieron la luz porque los sorprendidos no dieron permiso. Ese fue el caso de Dum Dum Pacheco. El boxeador estaba en un restaurante marbellí y una chica gancho, sofocada y temerosa, le pedía protección porque la perseguían. Eduardo y otro más entraron vestidos de gánster. Interrogaron al boxeador y le pidieron que dejara sobre la mesa lo que llevaba: una pistola, varios anillos de oro y un puño americano. Lo ganchos salieron acojonaditos y convencidos de que Pacheco no era su mejor objetivo. Casi lo dejó KO un camarero desahogado que le puso, tras un calurosísimo viaje en Damas desde Cartaya, un plato de gambas que olía más que la momia de Tutankamón. Eduardo se lo hizo saber. Y el camarero le mintió: estas gambas acaban de llegar de Huelva. Y una vez más, la sal fina de Eduardo, con el compás de su gracia, cerró la partida con elegancia: de Huelva acabo de llegar yo y tengo cuarenta años…

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación