RELOJ DE ARENA

El club yeyé de Sevilla: la jaula de oro

Por este local pasaron por los años sesenta grupos de tronío como Los Canarios, Los Pekeniques, Massiel o Smash

Un cartel de la época anunciando el club ABC

Félix Machuca

A finales de los sesenta, siguiendo las tendencias que marcaban los grupos británicos y americanos , una parte de la juventud sevillana, la que se mataba por unos levis originales de la base o unos discos de los Stones por estrenar en España, no tenían apenas sitio para reunirse e identificarse como miembros de la misma tribu.

Algunos solían irse hasta lo que hoy es el parque de los Príncipies, entonces una explanada periurbana donde reinaban la hormiga cabezona y la lagartija de pedregal, para intercambiar opiniones y noticias sobre el mundo que más los cohesionaba: la música. Efectivamente, aquel baldío del actual barrio de Los Remedios , no era el Carnaby street londinense ni la California dreams del campus universitario de Berkeley, tan repleto de los papas and the mamas de la revolución de las flores y los pitillos de la risa.

Pero era un lugar de encuentro de una generación que no se parecía en nada, absolutamente en nada, a la que la antecedía. Ni ideas ni moda. Ni costumbres ni gustos. Ni ética ni estética. Un empresario de Nerva , Rufino González , les iba a ofrecer a todos ellos y a sus músicos más leales una catedral roquera, espectacular, un templo para que gritaran, saltaran y disfrutaran como ya se hacía en otros locales de Madrid. P ongamos que hablamos esta vez de Sevilla . Y concretamente del patio de San Laureano, donde se abrió El Club Yeyé.

Gonzalo Pozo

Un pintor local, de excelente factura, Gonzalo Pozo , fue el encargado del interiorismo de aquella enorme sala, donde destacaba una jaula de oro para bailar. Pozo se inspiró en los principios estéticos de la sicodélica para pintar más de trescientos metros cuadrados de muros y paredes, prioritariamente en blanco y negro, porque por razones presupuestarias no era aconsejable abusar de la policromía.

Lo ayudó su amigo pintor Fernando Bravo . Un activo radiofonista como Jesús Quintero asesoró a Rufino González para que, las paredes, se vistieran con carteles de mitos del momento: Moshe Dayan, Marlon Brando, Virna Lisi, Clint Eastwood.

No desprendía la fantasía rompedora de los productos de la Factoría de Andy Warhol, con sus latas de sopa Campbell y sus retratos de Mao Tse Tung , en versión pop. Pero daban el avio en una Sevilla que salía poco de casa y cuando se echaba a la calle era para ir a la cabalgata del Ateneo, aplaudirle a rabiar a Paco Camino y, los más valientes, para sentirse personajes de novelas por escribir y describir en las noches larguísimas de jarana y besos en la taberna de Vicente El Traga.

Por El Club Yeyé pasaron grupos de tronío de la época: desde Los Canarios de un Teddy Bautista sin problemas aún como empresario de autores, hasta Los Pop Tops, Massiel, Los Pekenikes, Los Bombines, Smash, Gong

Un vocalista de entonces, concretamente de Los Bríos, Joselu Leñador, recuerda la actuación espectacular de su grupo en el Club Yeyé, lleno a reventar y enloquecidos con la versión que hacían del tema de Wilson Pickett «El país de las mil danzas» . Joselu se excitó de tal forma que, siendo abstemio y no fumar ni matalauva, se tiró desde el escenario a la jaula de oro y casi la destroza. En la jaula de oro estaba el morbo de un club que subía hasta a aquel enrejado de la libertad a las bailarinas más gráciles y frescas. Sus números eran meramente visuales.

Gilda

No aspiraban a protagonizar un cambio climático como, por ejemplo, lo hizo Gilda en su cinematográfica escena en la que se desprende, con una elegancia tórrida , de un larguísimo guante. Ni fueron nunca tan osadas y despampanantes como Salma Hayek bailando con la serpiente amarilla en aquel local infectado de vampiros que estaba «Abierto hasta el amanecer».

Pero tenía un atractivo indudable. Una chica go go que se encerraba con dos o tres aspirantes a reyes de la noche y al aura triunfal de bailando bajo los focos. Una de las primeras que se subieron a aquella jaula fue María Jiménez, por entonces la Gitana yeyé, antes de que Emilio Romero, director de «Pueblo», la consagrara como mito erótico.

La Jiménez armó el taco en la jaula que, pese a lo que pudiera pensarse, fue uno de los símbolos transgresores de una juventud sevillana que pedía paso bailando en San Laureano , conspirando en el Dom Gonzalo de García Pelayo y traficando con ideas en la Cuadra de Paco Lira y Salvador Távora . Eran los nuevos tiempos, como trataba de enseñarnos el nombre de aquel grupo que lideraba Jesús de la Rosa y que también tocó en el Club Yeyé…

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