La Feria del fin del mundo

Lo más destacado este año no ha sido el barullo del puente de mayo ni el desorden en algunas cocinas, ha sido la ausencia total de mascarillas en el real, tal vez porque la Nasa anunció el apocalipsis

Casi nadie ha usado la mascarilla durante la Feria Maya Balanya
Alberto García Reyes

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Esta Feria de Sevilla ha sido un experimento mundial. Después de la prueba de las Fallas en Valencia, donde aún era obligatorio el uso de mascarillas en espacios cerrados, el real sevillano ha sometido al Covid a su máxima tensión desde que empezó la pandemia. Según los datos oficiales, este ha sido el año de mayor afluencia de público de la historia. La cantidad de toneladas de basura recogida supera con creces a los kilos de los años dorados. El algodón (de azúcar) no engaña. Si se ha consumido más, ha habido más gente. Por un lado, los dos años de suspensión han provocado una explosión de regreso a la normalidad que ha desbordado las calles feriales. Por el otro, el cambio de formato promovido por Juan Espadas para que la Feria coja dos fines de semana, sumado a la coincidencia con el puente de mayo, ha atraído a turistas de todas partes. Los primeros días fueron un delirio. No se podía entrar en las casetas, no se podía andar por las calles, se agotaron las existencias en las cocinas, los repartidores de hielo eran asaltados por las calles por bandoleros de la copa larga y el rebujito... Este desmadre no tiene precedentes. Y esa marabunta generalizada ha decidido, además, refugiarse en el vino para olvidar la pandemia. En toda la semana no ha habido absolutamente nadie con la mascarilla puesta. Dentro de diez días veremos los resultados para comprobar si el Covid ha perdido su virulencia o sigue estando ahí. Porque la Feria, además de un espacio masificado, es un lugar cuya esencia consiste en romper las burbujas. El comportamiento tradicional de los feriantes se basa precisamente en la promiscuidad social. Se trata de ir de caseta en caseta visitando a distintos amigos que, a su vez, han visto antes a otros tantos amigos que no coinciden. Si el virus entra por la portada, sale por la calle del Infierno. En la Feria los aerosoles son como la falsa moneda. Pero nadie ha mostrado la menor preocupación por esto. Todos han decidido enfrentarse a la realidad a cara descubierta.

Durante estos días todos los sevillanos, sin excepción, han recibido en su móvil la foto de un test de antígenos de algún amigo con las dos rayas coloradas a punto de estallar. Quien diga que no tiene alguien cercano que se ha contagiado, miente. Pero esto no ha evitado que la Feria haya seguido adelante con naturalidad. Sencillamente no se ha hablado de este asunto. Punto. Hablarán los datos de contagios y de hospitalizaciones en los próximos días. Pero durante esta semana la Feria ha sido una vacuna mental, un placebo psicológico para enfrentarse a los estragos de la pandemia. En Sevilla se ha demostrado que se le ha perdido el miedo al Covid. Tal vez la culpa de esta valentía la tenga la Nasa, que anunció que ayer un asteroide iba a chocar con la Tierra provocando el apocalipsis. Esta Feria de Abril se ha vivido, literalmente, como si se fuera a acabar el mundo.

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