Maya Balanya
Vivir con 102 años

«He aprovechado bien el tiempo, me siento feliz»

Francisco de Andrés, de 102 años, es uno de los 14.500 centenarios que hay en España

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Hace 38 años que Francisco de Andrés se jubiló. Tenía 65 y llevaba trabajando toda la vida, desde su infancia. Lo recuerda a sus 102 años «y nueve meses», puntualiza. Nació en Torre Val de San Pedro, un pueblito que apenas cuenta hoy con 200 habitantes, situado a 1.119 metros sobre el nivel del mar, en la vertiente segoviana de la Sierra de Guadarrama. Francisco es el único superviviente de su «quinta», de todos los que nacieron en Torre Val a principio del siglo pasado, en 1913. Su vida no ha sido fácil, pero sus genes le han convertido en una de las 14.500 personas que en España superan el siglo de vida. Algo que está reservado sólo a 3 de cada 10.000 españoles.

«Ha sido muy positivo y decidido. Y siempre estaba dispuesto a ayudar a todo el mundo», explica su hija Isabel, con la que vive Francisco. Su secreto para desafiar al paso de los años lo cuenta él mismo: «Comer de todo, sin forzar nunca el estómago. Pocos dulces. Uno o dos vasitos de vino al día, no bebo nada más. Fumaba de joven, pero tenía que hacer cola para comprar el tabaco con la cartilla de racionamiento, y no merecía la pena, así que lo dejé». Ha pasado por el quirófano dos veces: de joven, cuando le quitaron el apéndice, y hace un año, «para operarme una hernia que me molestaba. Al día siguiente ya estaba en casa».

Vivió la Guerra Civil al pie del cañón, literalmente, en artillería. Era el apuntador, el que se encargaba de que el disparo fuera certero. Era de los mejores. «Me di cuenta de que al disparar haciendo un arco, fallaba más, así que decidí apuntar directamente a la base del objetivo». Un par de fotos recuerdan su paso por la contienda fratricida, cuando tenía poco más de veinte años. En una se le ve en las trincheras con algunos de sus compañeros; en otra, sobre un tanque que lograron neutralizar. Su memoria es capaz de viajar ocho décadas atrás. Pero no quiere airear mucho aquellos duros recuerdos. «Había cuerpos mutilados por todas partes». Sin embargo, en este caso «el apuntador» sí se salvó de aquel horror.

Al acabar la contienda, salió de su pueblo natal en busca de oportunidades laborales. Empezó a trabajar en Gas Madrid, la empresa bandera de la capital hasta 1991, cuando se fusionó con Catalana de Gas. En sus ratos libres leía una enciclopedia para ponerse al día de todo lo que no pudo aprender en la escuela. Al ver su gran motivación, sus superiores en la empresa le propusieron que fuese a la Universidad. Pero él no aceptó. El pluriempleo era común en la posguerra. Y Francisco no era una excepción. Tenía otros trabajos después de acabar su jornada. Ir a clase hubiera supuesto disminuir sus ingresos, y prefirió seguir trabajando a destajo para dar a sus hijos la educación universitaria que él no pudo tener.

Jubilación activa

Cuando se jubiló decidió hacerse cargo de las tareas del hogar y de las reparaciones, para mantenerse activo. En el tiempo libre se leyó los libros que había en la casa, los de su hijo, que era físico, y también los de Medicina de su hija. Y alguno más de Arquitectura. Esa inquietud por aprender la ha tenido siempre, tal vez porque no pudo ir mucho al colegio, apenas hasta los 9 años: «Aprendí las cuatro reglas aritméticas y poco más». En su época, los niños trabajaban desde bien pequeños. Y Francisco aprendió varios oficios con su padre, que era constructor. Cuando tuvo que elegir uno, se decidió por la carpintería.

Cuenta con orgullo que construyó, con otros nueve compañeros, la casa donde vivió en Usera. Incluso se permitía enmendar la plana a los arquitectos, «que colocaban escalones donde no debían estar». Muy hábil con las manos, y con gran creatividad, su casa está llena de muebles hechos por él mismo y de adornos tallados en madera y piedra. Ahora ya no puede seguir con esa afición, porque ha perdido vista a causa de la degeneración macular, una patología asociada a la edad que suele aparecer después de los sesenta años y daña la visión central y aguda, lo que le dificulta la lectura y la visualización de detalles finos.

Le interesa la actualidad, aunque de política prefiere no hablar, porque le enfada, sobre todo cuando compara el sueldo de los políticos «con el de los pobres trabajadores». Su hija le lee el periódico, en especial la sección de deportes. Le gusta el fútbol. Era del Atlético de Madrid, pero en vista de su trayectoria, se ha pasado al Barcelona. Durante su etapa laboral se interesó por la lucha libre y aprendió algunas llaves. Tal vez por eso ha sido capaz de hacer huir en dos ocasiones a unos atracadores que intentaban robar a su hija. «Una vez en Colmenar Viejo y otra en Sevilla», recuerda orgulloso. Y comenta la sorpresa de la Guardia Civil por su actitud tan valiente, cuando fueron a denunciarlo. Como adelantos, destaca internet, que permite que el correo llegue en segundos, «cuando antes tardaba semanas». Y ve con agrado cómo ha ido cambiando el papel de la mujer en la sociedad.

Utiliza un andador, pero se desplaza con agilidad por la casa, esquivando los muebles. Cada mañana va al centro de día Fray Luis de León, donde es el veterano. Aunque ahí echa de menos un poco más de estimulación para satisfacer su inquieta mente. Hasta hace 10 años, viajaba solo en autobús. Su destino era el balneario de Jaraba, en Zaragoza, uno de los más antiguos de España. Una costumbre que mantiene desde su juventud. Ahora va todos los jueves a un Spa y el fin de semana al fisioterapeuta «para aliviar el dolor de las articulaciones». Le ha gustado viajar: «Por Italia, Portugal, Francia… He aprovechado bien el tiempo y me siento feliz».

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