James remata de chilena para marcar el cuarto gol
James remata de chilena para marcar el cuarto gol - efe
Real Madrid-Betis

El Real Madrid de Benítez estalla en goles

El conjunto blanco se gusta por fin en ataque y encuentra el gol

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Se jugaba el partido a una hora verbenera, de imposible homologación con los, países del entorno. Y volvía Benzema, recompuesta la BBC y su libre albedrío. Se notó, porque Benzema es la sintaxis, la declinación, la alegría y electricidad del trío, como Beyoncé lo era para Destiny’s Child. Benzema es el neurotransmisor.

Los primeros diez minutos fueron estupendos, con ritmo y llegadas cada 90 segundos (la frecuencia más alta del mejor ancelottismo). Además, ayudaba James con su primer toque privilegiado lanzando las buenas subidas de Danilo, lateral suave, de zancada jamaicana, con frecuencia y swing. El entendimiento entre los dos parece el primer automatismo que consigue Benítez, que eso afirmó durante la semana: aspirar profesionalmente a la generación de automatismos, cometido casi ingenieril.

En esos primeros minutos, el Madrid gustó mucho y presionó la salida del balón con ansias de club modesto. Benítez, con una americana muy larga de mangas, inquieto, parecía el director de una banda musical protestante en pleno desfile por Carlington Street. Daba instrucciones permanentes a la defensa después del primer gol, conseguido por Bale de cabeza a pase de James en el primer minuto.

Bale tranquilizaba la ansiedad estadística, pero luego estaría algo oscurecido por Benzema y James, que tienen en sus toques la sinapsis del ataque madridista.

Al cuarto de hora, cayó el Madrid en un rato de errores en la entrega que cristalizó en un más que posible penalti de Marcelo sobre Rubén Castro.

El Betis se hacia con la pelota y mandaba por su banda derecha, Piccini y Cejudo, ayudada por los buenos movimientos de Ceballos. En la BBC se daba otra vez ese defecto ya observado en algunos ratos de Gijón: siendo las bandas para los laterales, se iban los tres delanteros al mismo metro cuadrado, reduciendo sus posibilidades a ese agobio considerado, circunspecto, que todos sentimos cuando coincidimos en un ascensor ocupado. Pero mejoró el Madrid, Cristiano (un poco postvacacional) comenzó a desbordar; una a Piccini, que paró a Adán, y otra que acabó en falta que lanzó James con gran virtuosismo al palo largo. Protestaba Mel el 2-0, con rabia comprensible porque el Betís había estado bien, pero con poca razón: la falta existió. Para colmo, Navas sacó una pelota de gol a Castro tras jugada de Molinero.

El estadio ovacionó al portero, que va de negro como Yashin y como Raphael; y quizás era su primera ovación. Unos y otros se unían al aplauso virgen sellando la paz entre los sectores.

Nada más empezar la segunda parte llegó el tercero. Ese despiste también debió de enfadar mucho a Mel. Pase de Bale para remate de Benzema, pero todo nacido de un repetido tuyamía entre Danilo y James.

James estaba en todo y al instante marcó el cuarto con una chilena en el área pequeña. Hernández Hernández pitó un penalti a Varane, posible, pero ya a destiempo, y lo paró Keylor, prorrumpiendo el estadio en otra ovación y en la repetición continuada de su nombre. Las paradas de Keylor son algo a lo que nos acostumbraríamos. Son enormemente ágiles, a media y baja altura, como cuando nos tiramos al sofá a por el mando a distancia para que no lo coja la cónyuge y nos ponga

Divinity. Es una agilidad muy humilde que gusta al público, loco por aplaudir a gente nueva (cambiar el objeto del aplauso renueva al espectador).

Benitez aprovechó entonces para introducir las famosas rotaciones, que son cambios pero con una meticulosa medición del ácido láctico detrás. Pudo verse a Kovacic, un jugador con nervio, de manga larga, algo cargado de espalda, con desparpajo balcánico, más Jankovic que Prosinecki, más mediapunta que pivote también, pero... ¿quién no lo es aquí? El periodista, el de las entradas, la de los refrescos, todos comparten esa alegría habilidosa, como de sifón feliz del mediapunta.

Bale le puso una sombrillita al cóctel blanco con un golazo de bota de siete leguas. La felicidad blanca se confundía entonces con la brisilla nocturna del final de verano, tan sensual.

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