Manuel Martínez y Julio Burgos, picador de 77 años, en la Venta el Tentaero
Manuel Martínez y Julio Burgos, picador de 77 años, en la Venta el Tentaero - A.M.
CARMONA

¿Quién y dónde abrió la primera escuela taurina que hubo en España?

Manuel Martínez, ex novillero, la abrió en Carmona en 1963. Aquí toreó Morante su primera becerra con 11 años y Finito de Córdoba mató su primer novillo

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Camino de los ochenta, con el rostro curtido por la intemperie, tienen la memoria intacta de más de medio siglo de toreo. Amigos desde siempre, pugnando por ver quién, a sus años anda más derecho, con aire campero en cada gesto. Gente del toro, no hay más que verlos. Julio Burgos y Manuel Martínez han recibido el homenaje de Carmona por su trayectoria, realizado en forma de jornada campera con tentadero incluido.

Julio Burgos, tiene 77 años y picó su primer astado con 14 años en la finca en la que trabajó toda su vida siempre en el campo, con el ganado y con la labor. Pero también picó durante 20 años en la finca de los Miura.

Conoció a José y Antonio Miura y luego a Eduardo.

No sólo picaba en el campo, también lo hacía en las plazas, durante muchos años, fue con grandes figuras y se labró un enorme prestigio en su oficio. En la lista de diestros con los que ha ido figuran Fernando Troncoso, El Pireo, Chiquilín, José Luis Capillé y Pepe Luis Vargas, al que acompañó desde novillero.

En todo ese tiempo, cientos de historias y anécdotas. Momentos trágicos vividos en la plaza, como la cornada de Vargas en Sevilla en el 87 o la de Fernando Tortosa en Francia en 1967. De esta última recuerda que cuando iba a recibir al toro le gritó «¡dónde vas!» porque vio que el toro tenía peligro. El diestro le confesó luego que lo oyó «pero tenía que ir» le dijo. Afortunadamente ambos pudieron contarlo.

Julio Burgos también ha tenido percances, que él resume en «huesos partidos, unos cuantos». Uno de ellos fue la clavícula, aunque se diera cuenta a los tres años cuando lo vio el médico en una radiografía que le hizo por otra cuestión. Otros fueron los de dos dedos del pie, que tenía «molidos», pero que no le impidieron picar en la siguiente corrida que le correspondía, en Portugal.

Desde su perspectiva privilegiada, observa la evolución del toreo. Lamenta que ahora los toros se caigan, algo que antes no ocurría. Observa, no obstante , que en los últimos años los toros están saliendo más bravos. Recuerda que antes se picaba más a los toros y que los petos eran más chicos y destaca que hoy los toreros «se arriman más».

Avisa de que lo más difícil de picar es cuando sale un toro manso y afirma con orgullo que nunca se le ha ido un toro sin picar. Julio ha dejado heredero en los ruedos, su hijo Manolo Burgos, al que ha enseñado el oficio y al que, en resumen, da siempre un consejo: «Suerte y leña». ¿Y si el torero no quiere que le pegue mucho?: «Que lo quite ligero».

Su amigo y compañero también en este homenaje es Manuel Martínez. De joven fue novillero, quince festejos lidió en una época en la que «los toreros tenían que tener hambre de verdad para triunfar». Tenía una afición enorme, cuenta lo que parece un tópico pero que él vivió, cuando toreaba vacas de noche saltándose un cercado. Acumuló anécdotas e historias. Como aquella tarde en la que fue a torear a Las Navas de la Concepción.

Él no tenía dinero para comprarse la espada y tenía que alquilarlas. Aquel día, para ahorrar gastos, no lo hizo en la confianza de pedírsela a su compañero de terna, El Palmeño. Completaba la terna una rejoneadora, Paquita Rocamora. Pero resulta que al mozo de espadas de Palmeño se le habían olvidado los trastos. Así que se encajaron en la plaza sin estoques. Problema gordo, la autoridad que interviene y la luz que se le hace a un municipal. En el despacho del alcalde recuerda que hay un sable colgado. Lo trajeron y con él mataron los toros.

Cuando dejó de torear se hizo tratante de ganado. Compró una finca en Carmona y allí construyó su sueño. Junto a la Venta La Vega, una plaza de toros muy bien compuesta que a su vez se convirtió en campo de sueño para quienes anhelan vestirse de luces. Allí se han fraguado toreros, han pasado muchas figuras para probarse y sobre su albero se asentó en 1963 la primera escuela taurina de España.

Aquí toreó Morante su primera becerra con 11 años y Finito de Córdoba mató aquí su primer novillo. Ahora no hay escuela, pero existe en Carmona el runrún de volver a hacerla funcionar y parece que la idea puede cuajar.

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