Alguien tiene que morir en 'Stranger things'

La cuarta temporada de 'Stranger things' es la más larga, oscura y adulta de todas. Se estrena en dos volúmenes: el primer bloque de capítulos llega a Netflix el 27 de mayo; el segundo, el 1 de julio

'Stranger Things', pesadilla en Hawkins Street

Millie Bobbie Brown vuelve a dar vida a Once en 'Stranger things' Netflix España
Lucía M. Cabanelas

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La moda de los ochenta amenaza con durar más que la propia década, pero la nostalgia ya no es la que era cuando la pandilla de 'Stranger things' vestía pantalones cortos e iba a todas partes en bicicleta. La fórmula mágica que hizo de la serie uno de los buques insignia de Netflix ha evolucionado tanto como sus protagonistas, que se debaten entre la mitología teórica de Dragones y Mazmorras y la tensión sexual no resuelta.

La madurez de los personajes, el estirón, como sucedió en las películas de Harry Potter, se aprecia más en la fotografía y el tono de la serie, oscuras a medida que los personajes crecen, que en la complejidad de sus motivaciones. En ese descenso a los infiernos se pierde en el camino, sin embargo, la magia de 'Cuenta conmigo', engullida por el terror, las maldiciones y los asesinos en series de los 'slasher' de la época. La cuarta temporada de 'Stranger things' cambia 'Los Goonies' por 'Pesadilla en Elm Street' y, en esa evolución lógica, las referencias son más coherentes que en temporadas pasadas, cuando la ficción rozaba el pastiche, el puro guiño. De John Carpenter se pasa a la música de Kate Bush y los cardados de 'hair metal', aunque no se escapa la oportunidad de homenajear a un clásico como 'Al final de la escalera' con un desván y una silla de ruedas. Especialmente bien integrado está el cameo de Robert Englund, el hombre que dio vida a Freddy Krueger , que mejora sustancialmente el de Sean Austin en pasadas entregas.

El susto de Max en 'Stranger things' Netflix

Más larga y en dos tandas

Además del pelo de Once y la estatura de los más ausentes Will o Mike, aumenta también la duración de los capítulos: todos rebasan la hora . Para paliar la caída de suscriptores de Netflix , la plataforma se suma a la estrategia de divide y vencerás, dosificando el estreno de la cuarta temporada de 'Stranger things' en dos volúmenes: el primer bloque, de siete capítulos, se estrena de golpe el día 27 de mayo; los dos restantes, incluido un último episodio con una duración superior a las dos horas, el 1 de julio. La lógica de esta decisión, sin embargo, responde más a una estrategia interna de Netflix que a lo que pide la cuarta entrega de 'Stranger things'. Como un susto a medio gas, pierde el sentido, desvirtúa su esencia y, aunque dosifica la intriga, no deja de ser una trampa algo burda dentro de tanto ingenio.

El gran salto de la cuarta temporada de 'Stranger things' no es al Mundo del Revés sino de calidad, aunque hay escenas al otro lado del portal dignas de enmarcar, en un póster de la habitación o para forrar la carpeta. El presupuesto de la serie de los hermanos Duffer –unos 30 millones por capítulo, el doble que 'Juego de tronos'– se nota sobre todo en la factura técnica y visual, que se permite el lujo de revertir las reglas del tiempo sin condensador de fluzo pero con un CGI que ya quisieran las cremas antiarrugas y varias series de la competencia.

Nunca 'Stranger things' fue tan sangrienta como en esta cuarta temporada, en la que la masacre se ceba con los alumnos del instituto Hawkins y el rojo escarlata ya no solo gotea por la nariz de Once sino que pinta las paredes como si fueran un Pollock. Hay tantas muertes como tramas abiertas y dispersas, quizás uno los grandes lastres de la temporada pasada que en esta entrega estanca todavía más el desarrollo del argumento.

Robert Englund, sin las garras de Freddy Krueger en su cameo en 'Stranger things' Netflix

Hay demasiados personajes protagonistas, desperdigados además por diferentes lugares (Hawkins es el centro neurálgico pero también viajan a Alaska/Siberia y a California), lo que limita el tiempo que se le dedica a cada uno –Winona Ryder o Charlie Heaton son quizás los más damnificados– y la profundidad que merecen algunas tramas. Además de anticlimático, intentar satisfacer a todos ha terminado por descuidar la textura tan cuidada de otras temporadas.

La feminización de 'Stranger things' hace que se cultiven de forma forzosa algunas relaciones inesperadas y que mejoren personajes como el de Nancy (Natalia Dyer) y Max (Sadie Sink), que encuentra por fin su encaje en la serie.

La contrapartida es que empeora Once, tanto a nivel interpretativo como de interés por su ya manida historia, que se toma su tiempo, en un bucle interminable hasta que explota. El villano, entre el de 'It' y el 'Hellraiser', ya no es uno digno de 'Alien' sino que tiene personalidad y habla, e incluso se explican sus orígenes, arrojando algo de luz sobre ese oscuro y misterioso Mundo del Revés cuya mitología, pese a la duración de los capítulos, los años y las temporadas, seguía siendo una profunda incógnita. La moraleja, sobreexplicativa, termina recordando de nuevo a Harry Potter, con duelo a mano alzada en vez de con la varita: lo que hace a uno más fuerte no es el dolor sino el amor, los buenos recuerdos.

La cuarta temporada de 'Stranger things' sigue siendo una digna aventura, valiente en sus riesgos, entretenida y un producto de calidad indiscutible en el catálogo infinito de Netflix, aunque la magia de la nostalgia, a medida que se estira el chicle y los niños crecen, pierde ternura y fuerza. Viajar en el tiempo y los ochenta ya no bastan; para mejorar, y condensar, aun sin Delorean, 'Stranger things' necesita matar a alguien, centrar el foco, elegir qué protagonista se baja de la bici y redondear así un final que ya amenaza más que el Demogorgon y el Azotamentes.

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