El brutal Lars Von Trier, el iracundo Spike Lee y el jovenzuelo Han Solo

El duelo de provocación en «BlacKkKlansman» y «La casa de Jack Built» se zanja con la primera aventura del héroe de «La guerra de las Galaxias»

El equipo de «La casa de Jack Built» en Cannes AFP
Oti Rodríguez Marchante

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Un día de Festival en el que había que arremangarse para asistir a ese duelo de provocadores, Spike Lee y Lars Von Trier, que trajeron sus últimas películas, uno a la competición, el americano, y el otro a la reconciliación, el danés que padecía desde hace años el veto del Festival por su lenguaraz atrevimiento al confesar algo así como su simpatía por Hitler… Y además, se cierra la jornada con la proyección, ya a última hora, de «Han Solo: una historia de Star Wars» , en la que Ron Howard se lleva hasta más allá de sus comienzos la Guerra de las Galaxias, y la centra en el personaje de Han Solo antes de meterse en la harina por todos conocida.

El duelo en Spike Lee y Lars Von Trier no fue tal, y cada uno de ellos demostró su interés en pelear en otro ring. Lars Von Trier trajo «La casa de Jack Built», una película brillante y sádica que tiene como personaje central a un asesino en serie, interpretado por un Matt Dillon que rebusca entre sus esquinas para sacar lo peor de sí mismo, o sea, que hace un buen trabajo. La película la estructura el director en tono de confesión, pues el tipo le cuenta en «off» a un personaje diabólico sus obsesiones y le relata varios de sus muchos asesinatos, mayormente a mujeres a las que desprecia. Es lo que se ve en la película, lo que cuenta el tarado, y que comienza con Uma Thurman en un papel de escasa duración y gran pegada (la que se lleva).

No es una película de intriga, tampoco de terror, aunque tiene media docena de momentos aliñados con esa brutalidad que Lars Von Trier sabe cómo exprimirle al cine, y que lo acompaña con un siniestro sentido del humor como diciéndole al espectador: diviértete con mis bromas y mis carnicerías. Como la película es, en el fondo, de una banalidad apabullante y cercana a la simpleza, la adorna con una exasperante retórica tóxica (los soliloquios en los que se queda aparcado el asesino son como para llamar a la grúa) y con una virtuosa puesta en escena (la de la caza de una mujer y sus dos pequeños hijos alcanza un grado de vileza casi puro) que le permite, al que quiera, sentirse provocado, maltratado, confuso y hasta admirado. Es larguísima, inacabable, y se atasca en una media hora final de traca, visualmente deslumbrante y demoníaca y narrativamente disparatada. «La casa de Jack Built» no aporta gran cosa, a no ser que uno tenga planes para sacarse un palco en el infierno.

La de Spike Lee, «BlacKkKlansman», sí tenía intenciones realmente claras y provocadoras, pues aborda una historia, real, cuya línea argumental es ya un delirio: en los años setenta un policía negro de Colorado consigue infiltrarse en u na violenta célula del Ku Klux Klan , lo cual le permite a ese director pasional mezclar elementos que maneja con autoridad, el sentido del humor negro, con perdón, el ritmo potente, la injusticia racial y el choque de supremacías bien captadas siempre por su cámara con la grosería y zafiedad blancas y la belleza y gracia negras. No es fácil sentirse «blanco» en las películas de Spike Lee, y en ésta, entre el carisma de John David Washington (el hijo de Denzel W.) y las bromas sobre la nariz judía de Adam Driver, ambos protagonistas del buen «lado oscuro» de la trama, resuelven lo mejor de esta película encolerizada, que termina con imágenes de archivo sobre los graves sucesos raciales del pasado año en Charlottesville. «BlacKkKlansman» es liturgia pura de Spike Lee, y se divierte mezclando momentos K de «El nacimiento de una nación», de Griffith, o de «Lo que el viento se llevó», con una continua alusión a Donald Trump y su «América lo primero». Y, en fin, en la lista de «cosas» que premiar en esta edición de Cannes, como las injusticias por sexo, raza o situación social, el título de Spike Lee busca un encaje, aunque raro será que lo encuentre.

La japonesa «Asako», de Ryusuke Hamaguchi, también tuvo su lugar, aunque discreto, en la competición. Es una historia empapada de romanticismo terminal y de pasiones amorosas, con una joven enloquecida por dos hombres físicamente iguales. Hecha e interpretada con gusto, pero con poca dinamita actual para enfrentarse al remolino de provocación con el que llega aquí el cine.

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