Brendan Fraser, el actor que fue devorado por la ballena de Hollywood y logró regresar con vida

El actor, que vivió la gloria a finales de los 90 y cayó al precipicio en el nuevo milenio, regresa de las entrañas de Hollywood con un papel en el que encontró la paz

El emotivo discurso de Brendan Fraser: «Estaba en el desierto y tú me encontraste»

Crítica de 'La ballena'

Brendan Fraser, emocionado al recoger su Critics Choice
Fernando Muñoz

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Lo peor de desaparecer es que nadie te eche de menos. Es descubrir que la maquinaria no deja de girar, insolente e implacable, aunque falte el eslabón que hasta ayer parecía imprescindible. Brendan Fraser no era una pieza más. En el Hollywood de los noventa, era una estrella emergente que llegó a ocupar un puesto por derecho propio entre los grandes de su tiempo. Era joven, guapo y talentoso, y lo mismo protagonizaba un taquillazo juvenil -‘George de la jungla’- que un ‘blockbuster’ de acción -‘ La momia ’- o una comedia -‘ Al diablo con el diablo ’-. Y, además, con ‘ Dioses y monstruos ’, ‘El americano impasible’ o ‘ Crash ’, demostró que también podía manejar su carrera por las complejas aguas de eso que llaman prestigio. En fin, que a finales de los noventa, su nombre ya era omnipresente; y en los primeros años del milenio jugaba en las ligas mayores. Pero, a finales de 2008, tras cinco años sin un gran éxito en taquilla ni un papel reseñable, su halo de estrella se fue evaporando hasta que desapareció. Y nadie lo echó de menos. Adiós. «El teléfono deja de sonar en tu carrera, y empiezas a preguntarte por qué», dijo en 2018 en ‘GQ’, en la primera entrevista en la que puso algo de luz a sus años en la sombra.

Su vuelta ahora a la primera línea en forma de nominación al Oscar por su papel en ‘ La ballena ’, quince años después de su progresivo desvanecimiento, ha provocado un terremoto en la industria del cine. Allí, que tanto gustan las historias de triunfos inesperados, de salir de la nada y alcanzar la gloria, los epítetos de la prensa destacan su «redención». Nada más lejos. En su historia no hay nada que perdonar, ni su caída desató polvareda alguna. Hollywood lo sedujo primero, lo exprimió luego y terminó por engullirlo.

La primera nube se desató sobre su cabeza en 2003, y ya no se libró de la oscuridad. El por entonces presidente de la Asociación de la Prensa extranjera, Philip Berk, lo acosó sexualmente en una fiesta de los Globos de Oro. Le agarró del culo y con un dedo le sobó el perineo. Fraser tardó 15 años en denunciarlo , al calor del #MeToo. «Me sentí como un niño, indefenso», dijo sobre el suceso que lo abocó a la depresión y que lo dejó sin herramientas con las que manejar la presión de una carrera tan popular. «Eso requiere lo que llaman piel gruesa, o simplemente [...] apretar los dientes y poner tu cara pública, o ni siquiera [...] (Solo quería) quedarme en casa, maldita sea».

Brendan Fraser, el actor que fue devorado por la ballena de Hollywood y logró regresar con vida Santiago Roldan Sanz

En Hollywood, por cada actor que triunfa mil se quedan a las puertas. Desaparecer es más fácil que triunfar. Lo que se escapa de cualquier lógica es triunfar para luego desaparecer. Que la maquinaria te amamante para luego laminarte. Pero esa es la historia de Fraser.

La pérdida de autoestima que le provocó el episodio de acoso lo empujó a una deriva insostenible que le impidió hacerse con los papeles importantes por los que peleó. Así se arrastró hasta 2008, con algunas películas que seguían siendo rentables en las que estaba lejos de su mejor versión, dentro y fuera de la pantalla. Además, mantenía la costumbre de rodar él mismo las escenas de acción. Un tipo de 1,90, sin la mejor de las condiciones, jugándose el físico, no iba a acabar bien. Terminó el año rodando en China la tercera parte de ‘La momia’ con bolsas de hielo bajo la ropa para paliar el dolor. Tras el estreno, comenzó un rosario de operaciones en la columna y la rodilla. Hasta sus cuerdas vocales necesitaron cirugía. Ese mismo año, se divorció -al estilo Hollywood, un divorcio caro-. Las facturas de los abogados y los médicos las pagaba con algunas películas menores -se podría decir ‘indecentes’ para un actor que venía de tan arriba- o con papeles testimoniales. En las promociones, la misma prensa que años antes lo encumbró, ahora lo despachaba. No interesaba. Y para la nueva generación de espectadores, Brendan Fraser ya solo era el protagonista del ‘meme’ del aplauso, un momento ridículo que protagonizó en unos Globos de Oro durante un discurso de Robert De Niro . La hiel de Hollywood lo terminó por disolver.

Desde el estreno en 2008 de la tercera parte de ‘La momia’, la franquicia que lo hizo rico, hasta que volvió a rodar algo medianamente exitoso pasaron ocho años. Fue en la serie ‘The Affair’, en un papel secundario. La memoria -en el cine- es tan líquida, tan fugaz, que el público se enteró de que Fraser llevaba años fuera del radar cuando se lo encontró en la pantalla pequeña. Tenía 35 años -menos, en realidad, de los que aparentaba, con más peso y escaso glamur-.

Su aparición provocó un fenómeno habitual entre los espectadores: volver a ver un rostro que ya habían olvidado, gritar una onomatopeya en el salón de casa cuando lo reconocen y terminar con la búsqueda en Google de ‘qué fue de’. Lo peor es que la búsqueda desembocaba en un vídeo de YouTube de una entrevista de diciembre de 2016 en la que promocionaba la serie y en la que aparecía hablando entre susurros, sin decir nada medianamente interesante, casi incoherente. «Normalmente, no me importan los famosos, pero de persona a persona, querría abrazar a este tío. Necesita un abrazo. Es duro de ver». El entrecomillado es el segundo comentario a la entrevista, que todavía se puede leer. El primero es más rotundo: «Está tan roto por dentro…».

Los medios digitales, en esa vorágine actual de deglutir dramas personales y vomitarlos en forma de titulares ‘clickbait’ sin contexto, volvieron a hablar de Brendan Fraser durante los dos días que Google los premiaba si ponían su nombre en el titular. Después, Fraser volvió a su trabajo de ‘estrella invitada’, que es el eufemismo de Hollywood para las viejas glorias. Y el ruido que desató la entrevista, se apagó. Hasta que dos años después, un periodista de ‘GQ’ quiso responder a esa pregunta que seguía flotando en el aire, ese ‘qué fue de la estrella Fraser’, y en lugar de hacer un refrito de lo que había en internet se fue a buscarlo. Fraser le contó todo, deseoso de que por fin alguien lo escuchara. Y le explicó el abuso que sufrió, los dolores de sus postoperatorios, los problemas del divorcio… Hasta le confesó que los balbuceos de aquella entrevista incoherente que se hizo viral se debían a que horas antes había enterrado a su madre.

En realidad, lo realmente malo de desaparecer es que cuando volvió, todo el mundo decía echarlo de menos. La misma industria que lo fagocitó ahora celebra su renacimiento desde lo más profundo de su mismo abismo, pese a que no hicieron nada por salvarlo. «Yo fui olvidado por ellos», contó Fraser a ABC desde Los Ángeles. Lo dice al hablar de Charlie, su personaje en ‘La ballena’, que interpreta bajo un artefacto de grasa y carne que le hace aparentar ser un obeso de casi 300 kilos a su ya pesado cuerpo. «Yo me he redimido con él porque yo he sido Charlie en mi carrera», sentenció.

En las entrevistas desde su estreno en Venecia a su paso por Cannes, Fraser tiene la mirada triste, unos ojos siempre con la lágrima en el precipicio que parecen decir que vivieron una gloria que, aunque vuelva, nunca se saboreará como la primera vez. Que en su momento fue el rey, pero que lo que no se olvida es cuando fuiste vasallo. Alguien que sabe el éxito que ahora mastica rodeado de nuevos aduladores y viejos amigos, de periodistas sonrientes y espectadores de memoria frágil, es tan fugaz como de hecho ya lo fue. Por eso, desde que estrenó la película, Brendan Fraser ha aparecido en decenas de proyecciones con público, en el único lugar donde la industria de Hollywood esconde algo parecido a la verdad. Se pone delante del público, lo mira a los ojos y deja a su espalda la pantalla porque sabe que lo que ahí se proyecta es mentira, y solo lo que tiene delante es tangible. Salta entre el patio de butacas y el escenario como un guardaespaldas que se interpone entre la bala y su protegido, porque sabe que solo cortando el halo de luz que escupe el proyector puede mostrar su verdad. Lo que es. Lo que fue. Lo que le obligaron a esconder. Y, sobre todo, lo que no quiere volver a ser.

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