Crítica de 'La ballena': Brendan Fraser llega hasta lo magro dentro de su saco de grasa

El único reproche es a ese Aronofsky descarado, efectista y provocador que encuentra su Monument Valley en el corpachón deformado de Fraser y su ansiedad de autodestrucción, y su cámara llega a él como el arpón del capitán Achab a la ballena

Brendan Fraser en 'La ballena'
Oti Rodríguez Marchante

Esta funcionalidad es sólo para registrados

La pieza teatral de Samuel D. Hunter y que él mismo ha adaptado para esta película (junto al director, Darren Aronofsky ) contiene, al parecer, ciertas trazas autobiográficas, donde cuenta su trágica relación con la comida, con la religión y con la homosexualidad. Escribir una historia tan íntima, dramática y claustrofóbica no debe ser cosa fácil, pero ponerla en la pantalla es un auténtico desafío por dos motivos: encararse al espectador con un terrible y constante lamento y encontrar un actor dispuesto a ir más allá de lo razonable, a poner en riesgo su salud y su vida hasta alcanzar un peso cercano a los trescientos kilos.

Brendan Fraser , un actor de trayectoria larga y con sus cimas y fosas, se ha atrevido y ya le hemos podido ver llorar por ello al recoger algún premio. Su candidatura a ganar el Oscar este año tal vez valga su peso en oro, pero habría que matizar que su trabajo en el interior de ese personaje no se puede reducir a kilos de peso, maquillaje y oro, pues ofrece con una sinceridad demoledora un dibujo de oscuro hiperrealismo del hombre enterrado al fondo de su obesidad, de su depresión y de su abandono. Naturalmente que el exceso protésico, el engorde artificial añadido a Fraser, le impiden la naturalidad del gesto o el movimiento, pero no más que si los trescientos kilos fueran todos auténticos. Pero encuentra la carne, lo magro, dentro de ese saco de grasa.

Ficha completa

La ballena (The Whale)

La ballena (The Whale)

No hay réplica a esa pantalla abierta y literalmente llena de la monstruosidad física del personaje, acaso ese trayecto que ha de recorrer la mirada del espectador desde la repugnancia hasta la condolencia: hay una historia, un pasado (el presente y el futuro se descartan) que Aronofsky pildorea y le ponen más carne (otra carne) a ese personaje que redime sus ‘culpas’ entre planos directos y sofocantes. El desamparo se ve interrumpido ocasionalmente por la entrada en la ‘cueva’ de agentes externos, su cuidadora, un impostado joven religioso que busca un alma entre la grasa, su exmujer, su hija… Son utensilios para rellenar aún más, pero de grasa vital, a ese personaje. Quizá el único reproche a ‘La ballena’ sea a su director, ese Aronofsky descarado, efectista y provocador que encuentra su Monument Valley en el corpachón deformado de Brendan Fraser y su ansiedad de autodestrucción, y su cámara llega a él como el arpón del capitán Achab a la ballena.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación