Balada triste de un cine que agoniza

Sam Mendes estrena ‘El imperio de la luz’, protagonizada por Olivia Colman, colin Firth y Micheal Ward

Hollywood se mira el ombligo

Toby Jones y Micheal Ward en la sala de proyecciones del cine de 'El imperio de la luz'
Lucía Cabanelas

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Lo han dado por muerto más que a ningún arte y, aunque resiste, hay cierto tono a ocaso que empieza a envolver las salas de cine. Quizás por eso, como triste augurio o ráfaga de recuerdos que acompaña a todos los desenlaces, un buen puñado de directores han decidido rendirle, justo ahora, su particular homenaje.

Lo hizo primero Quentin Tarantino con ‘Érase una vez en Hollywood’, en la que rescataba a Sharon Tate y daba una paliza a Charles Manson, y le siguieron Paul Thomas Anderson (‘Licorice Pizza’), Damien Chazelle (‘Babylon’) y Steven Spielberg con ‘Los Fabelman’ . El último de esta corriente melancólica que subyuga al séptimo arte, Sam Mendes , estrena ahora ‘El imperio de la luz’ , un tributo al poder del cine que, como en el caso de Spielberg, tiene también mucho de autobiográfico.

«Es una época de reflexión, no de nostalgia. Sobre todo después de dos años en los que la gente se ha quedado sola, mirando atrás, teniendo tiempo para pensar. Había miedo de que el cine se hubiera ido, no fuimos conscientes de lo que teníamos hasta que lo perdimos», afirma en una entrevista con ABC el director, para quien la pandemia aceleró lo que iba a suceder en los próximos 10 años. «Ahora hay mucho en ‘streaming’ y televisión, pero pocas oportunidades para las películas más pequeñas en pantalla grande. Los cines sobrevivirán, pero casi exclusivamente para películas de gran formato; el resto irá directamente a casa», se atreve a pronosticar el cineasta británico.

Para mirar en sí mismo, en su infancia, escribió pensando en Olivia Colman un papel que tiene mucho de su madre, soltera y con problemas de salud mental. Lo ambientó en la década de los ochenta en la costa sur de Inglaterra y despertó un cine en ruinas para salvarla. «Las historias pueden curar. Los grupos de terapia consisten en compartir tu historia y darte cuenta de que no estás solo. Y eso es lo que hace el cine, puede servirte de espejo o mostrarte que otra persona ha pasado por lo mismo y que ha sido igual de duro. Es casi una forma de terapia», sugiere la oscarizada actriz, que viene de recibir toda clase de elogios gracias a su papel de la Reina en la serie de Netflix ‘The Crown’.

Ni Colman ni Mendes son de discursos categóricos. El idilio con el cine fue, en su caso, genuino, imprevisto, como las casualidades. «Recuerdo haber visto ‘2001. Odisea en el espacio’, y simplemente me voló la cabeza, ¿pero cambió mi vida? No estoy seguro. Las películas forman una especie de piscina profunda a la que puedes volver y de la que puedes beber. Y las grandes películas crecen a medida que pasan los años y vuelves a ellas. Pasa también como con ‘El padrino 2’. ¿Lo saqué todo la primera vez que la vi? No. Cada vez que las ves son mejores y empiezas a recordarlas como hitos en tu vida», reflexiona el realizador. Coincide la actriz, que comparte protagonismo en ‘El imperio de la luz’ con Michael Ward y Colin Firth: «Soy una gran espectadora, me creo absolutamente todo lo que me enseñan».

Un refugio

En el cine de la película de Sam Mendes hay espacio para todo aquel que se sienta solo o marginado. Es un refugio también para los que quieran huir, de sí mismo o de las hostilidades de fuera. Y, por supuesto, también el lugar idóneo para el amor, que brota entre película y película. Casi todo lo sufre o lo disfruta Colman en ‘El imperio de la luz’, que interpreta una mujer dedicada a ese cine pero que nunca, hasta el final, cae rendida a su magia.

Igual que el director de ‘American Beauty’ lo hace ante el hechizo del proyeccionista, al que da vida Toby Jones en el filme y que considera «el último eslabón de la cadena que empieza con Steven Spielberg, David Lean o Alfred Hitchcock. Es la persona que representa al cineasta en el edificio». «Echo de menos ese elemento del cine, el contacto humano. Añoro el peso físico de la película y la idea de que alguien esté ahí dándotela. Sabías que aunque estuvieras sentado solo en el cine, podías darte la vuelta y había alguien ahí arriba en la oscuridad dándote la película. Con la eliminación de ese elemento humano, piensas: ¿qué son los cines aparte de simplemente una gran pantalla, un poco más grande que la que tienes en casa? (...) Una película ha pasado de ser algo público a ser algo privado, por eso existe una auténtica nostalgia», reivindica el cineasta.

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