Bajo la piel de la ciudad

El viaje de José Luis Garci al Madrid de «El crack cero»

«Vamos de un lado al otro junto a él en una tarde soleada de septiembre, a todo color y a la busca -¿o a la caza?- de lugares secretos»

El cineasta asturiano, en la Gran Vía de Madrid Maya Balanyá
Jesús García Calero

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Juego de piernas es lo que aplica Garci mientras patea ese Madrid de ahora que parece tan real y sin embargo cede a sus palabras como un decorado. Vamos de un lado al otro junto a él, por la ciudad de «El crack cero» , en una tarde soleada de septiembre, a todo color y a la busca -¿o a la caza?- de lugares secretos, especiales, en los que Garci oficiará el prodigio que solo los soñadores se permiten: pellizcar la piel de la ciudad, levantar el decorado y mostrarnos, en blanco y negro, qué hay debajo . Magia de cineasta. Todo está lleno de recuerdos que no respetan la campana que marcaba el final de sus asaltos. Que siguen ahí y, a la que pueden, lanzan un gancho de nostalgia que el cineasta, tan aficionado al boxeo, esquiva desde la infancia en el mentón.

Hay un recuerdo en cada esquina; en cada calle, un trávelin que espera a que lo señale con la mano. Primero vamos a Vallecas , al gimnasio Detroit en Santa Eugenia . Allí sonríe y saluda a los chavales que saltan a la cuerda con ese brinco milimétrico que permite a la comba girar –y sonar– casi como una hélice de avión. Más allá, un par de chicas entrenan duro junto a los muchachos. Primero danzan entre fintas, luego hacen boxeo de sombra, que se dice, luchando contra un púgil imaginario.

El cineasta los observa con los brazos apoyados en las cuerdas del ring , callado unos segundos, casi midiendo su propia sombra -momento que atrapa mi compañera la fotógrafa Maya Balanyá - y luego nos relata cómo convirtieron este espacio en un ring de los setenta, con carteles, sudor y humo.

«Yo tengo la suerte que mi padre me llevaba lo mismo al boxeo que al Museo del Prado»

¿Qué ve Garci en el Boxeo, más alla de la multitud y el cuadrilátero que algo tiene de patíbulo? «Lucha por la supervivencia en su forma más antigua. Y es el que llamaron noble arte, como dicen: mira que he ido a veladas y no he visto nunca una bronca, pero las veo en el fútbol, en los conciertos de rock... En cuanto suena la campana se abrazan. Y está el asunto de la violencia, pero hay médicos y una seguridad. ¡Si mueren muchos más alpinistas que boxeadores! Pero es que además hay algo de Píndaro y de la vieja Grecia en este deporte. Y tiene una épica muy bonita. Yo tengo la suerte que mi padre me llevaba lo mismo al boxeo que al Museo del Prado ». Ahí está la cultura popular, contra las cuerdas, desde la luz convaleciente de las Meninas a la verdad del púgil abatido o victorioso. Mitos, tebeos, estrellas de cine y lienzos de Velázquez y Goya en la retina ...

Así vamos hacia el parque del Retiro y nos señala tascas perdidas, fantasmas del viejo Madrid de cuarteles y juegos prohibidos. «Casa Ricardo, ahí rodamos la primera escena de "El crack"». Garci es feliz en la nostalgia «jubilosa», dice, podríamos definirle como un entusiasta de la nostalgia que contagia su felicidad mientras la experimenta . Así lo vemos mientras explica la ciudad perdida entre recuerdos, lo que su memoria guarda bajo la piel de las calles y las fachadas. Tal vez ocurre que «el pasado es un país bastante tranquilo, donde nadie te da la lata», como dice Rocky, el barbero, en su nueva película.

Hay críticos que entran en éxtasis con el último filme iraní pero no conceden espacio a este guiño con los clásicos del género y una España en blanco y negro que querrían borrar. Garci ha aplicado juego de piernas para seguir en la pelea. Hablando de bares, alineaciones del Atleti, amigos que se han ido , pisos altos donde rodó, cócteles, homenajes. De Woody Allen, al que conoció en los premios Princesa de Asturias. Hay quien compara la fijación de Garci con la capital de España con el vínculo neoyorquino del autor de «Manhattan».

Entramos en el Retiro. «Me encanta, es un parque ruso, chejoviano. Lo rodé nevado en "Sesión continua"...» Nos lleva a la estatua de Galdós , donde suele dejar libros para que otros los lean. Galdós, por «El abuelo» y por todo. Una isla en sí mismo, Garci lo siente como alguien cercano a una visión de lo que somos, esa asignatura pendiente de los episodios nacionales en los que, aunque no nos guste o no hayamos leído, aún vivimos.

Por el retiro pasea a diario desde niño. «Aquí jugaba a las chapas, son los mismos árboles. Algún día seré el corresponsal de ABC en el retiro», bromea. Imagina espías sentados en un banco y dando la contraseña que ya oímos en alguna película clásica , mientras juegan los niños, como entonces, mientras recuerda la voz castiza que llamaba («cuarentay sieeeete, veintiooooocho») a las barcas que habían agotado el tiempo de remo. En esa columna contaría los encuentros, los pequeños y grandes sucesos del parque. Una columna como un dry martini, mezcla de los músicos, que siguen, de las mascotas, sus dueños, de los recuerdos y los deseos. Brindis con «un cuchillo disuelto» -que es la definición del dry martini según Manuel Alcántara- para que alguien atrape esos girones de una buena historia con verdad, ambición, secretos, vida cotidiana...

Tenemos la nostalgia, pero el presente está ahí, tenaz... Resulta que para «El crack cero», «Carmena no nos dejó rodar en el Retiro» . Y ya que estamos en el presente y cerca de Galdós, acabamos hablando de España: «Es un país muy bonito, el problema es que no nos queremos, ha fallado el pegamento. España es ahora un traje deshilachado, ya no vale llevarlo al tinte. Hay que buscar otro, a ver quién es el guapo que se atreve...».

Seguimos pellizcando el decorado que es Madrid, la piel la ciudad. Acabamos en Gran Vía, el gran plató que en su filme recupera el pulso de los setenta, en blanco y negro, con imágenes originales de cuando la ciudad soñaba otro futuro y otras historias... En la emulsión de «El crack cero» Garci ha atrapado unas cuantas.

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