«2001, una odisea del espacio»: El futuro ya no es lo que era

Kubrick hizo una película imposible y extrema que había que apreciar desde los extremos: el de la pura experiencia sensorial, estética y musical o desde el intelecto filosófico

El clásico de Stanley Kubrick regresa hoy a los cines con una versión en 4K por su 50 aniversario

Material de la película «2001, una odisea del espacio»
Antonio Weinrichter

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Hace cincuenta años «2001» nos mostraba el futuro. No importa que hace diecisiete que hayamos rebasado esa fecha y el presente no se parezca demasiado; aunque se sigan haciendo películas sobre ello, no se ha producido el ansiado contacto con una inteligencia superior. En un sentido muy distinto sí cumplía su condición de obra de anticipación. La impactante experiencia de verla en el momento de su estreno (no sé si en el Albéniz, como creo, o en el Proyecciones) en su esplendoroso formato en « Cinerama, Super Panavision y Metrocolor », que sin duda permitía apreciar “los más deslumbrantes hallazgos visuales de la Historia del cine”, como se leía en los posters de la película, anticipaba al menos el desarrollo posterior de la exhibición cinematográfica… aunque ahora se reestrene en una versión digital más o menos flamante de 4K , y no en el viejo formato de celuloide gigante que tanto ha publicitado Christopher Nolan en el reciente festival de Cannes.

Pero la importancia histórica de “2001” no se reduce a lo que un francés llamaría el «dispositif». El propio Nolan, que ha intentado seguir sus huellas en «Origen» o «Interstellar» , reconocería si tuviera que ponerse en plan de historiador que quizá la novedad mayor del trabajo de Kubrick residía en haber firmado algo así como una superproducción de vanguardia en unos años que marcaron un insólito declive en la férrea relación de Hollywood con su audiencia global. En vez de jugar a lo seguro, el cineasta tentó, y la MGM le dejó hacer, una película imposible y extrema que había que apreciar desde los extremos: el de la pura experiencia sensorial, estética y musical o desde el intelecto filosófico… pero nunca desde esa percepción intermedia del cine convencional que nos hace involucrarnos en una historia a partir de una dramaturgia humanista hecha de p ersonajes y diálogos .

Por una vez la soberbia de Kubrick encontró un tema a su altura, por una vez se justificaba ese frígido museo de las maravillas que forman sus películas. Como escribí hace poco, y no puedo mejorarlo: aquí se contiene la escena de mayor intensidad emocional del corpus delicti kubrickiano, la muerte de ese computador con frase llamado HAL 9000. Entre máquinas, sin problemas de parejas o de familias, demostró ser un artista de ciencias más que de letras a la hora de concebir el contacto con un ente más-que-humano . Eso es lo que hace de «2001» un monolito tan perfecto e irrepetible como esa tabla de surfear en el negro infinito del cosmos que utiliza el astronauta para convertirse al final en el niño de las estrellas que mira de tú a tú al viejo planeta azul de los bípedos.

Un año después el alunizaje de la NASA (real, aunque ya saben que hay quien piensa que lo rodó el propio Kubrick, agradeciendo los servicios prestados) apenas pudo competir con tan perfectas imágenes. Y, sin duda lo mejor de todo, pese a que se intentó (bajo el ocurrente título de «2010»), no dio lugar a secuelas ni franquicias galácticas .

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