Crítica de 'La última película': El paraíso del viejo cine y la exótica infancia

Ofrece un gratificante maniatado al drama y un horizonte feliz a las ilusiones y potencias de la infancia, a los cambios sociales y cinematográficos y a la memoria de la cinefilia y de algunos cineastas que la han regado

Bhavin Rabari, el niño que protagoniza 'La última película'
Oti Rodríguez Marchante

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Encantadora historia del despertar de un niño a la fascinación del cine en un pequeño pueblo de la India y que recuerda en sus resortes emocionales al 'Cinema Paradiso' de Tornatore . Aunque se ve y se entiende como un homenaje al viejo cine, a la luz del proyector y a la ilusión y fantasía en los ojos infantiles, la película tiene otra estimable línea de ofrendas: el director, Pan Nalin , describe paisaje, juegos, infancia y aromas familiares con evidentes fragmentos de memoria, y es maravillosa en tono y colores la construcción de esa apenas aldea por la que atraviesa el tren y que supone para los habitantes de Chalala la mayor aventura; en el arranque, en el que se ve al pequeño Samay en su creatividad cotidiana, se extrae también un ligero homenaje, un olorcillo, al Apu de Satyajit Ray, y en esa obsesión del joven protagonista por atrapar la luz, por entenderla, un reconocimiento absoluto al gran maestro del cine indio.

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La relación de Samay con el mundo ingenuo del proyeccionista, incluso la relación hipnótica de la mirada con las imágenes del cine popular indio al ritmo de aventura o del baile de Bollywood es equiparable a la fascinación de la cámara de Nalin por el fervor gastronómico de la madre, en un genial intercambio de alimento: comida por cine gratis. El guion de Pan Nalin es modélico y se apaña con los pequeños conflictos o travesuras para untar la rebanada con macizos sentimientos, todos ellos a pie de infancia, es decir, sin apenas alzar la mirada al mundo adulto y sus problemas al lado de esa vía de tren provisora de trabajo y vida que va y viene.

Además del imán natural del niño protagonista, Bhavin Rabari , que tiene en su propia mirada la luz que busca apresar fuera, la película se muestra magnífica en dos apartados, en el modo en que negocia lo sentimental, con gran tiento y equilibrio, y el modo en que se ofrece visualmente con la combinación del 'caramelo' y resplandores de la sala de proyección y los efectos candil sobre la pantalla, y los paisajes exteriores, exóticos y como impregnados con los fluidos de la memoria.

'La última película' no agota, probablemente, sus posibilidades de magia e hipnosis sobre el corazón del espectador, pero sí ofrece un gratificante maniatado al drama y un horizonte feliz a las ilusiones y potencias de la infancia, a los cambios sociales y cinematográficos y a la memoria de la cinefilia y de algunos cineastas que la han regado.

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