Crítica de 'Spencer': Lady Di entre 'Sola ante el peligro' y 'Encadenados'

Pablo Larraín repite la jugada de 'Jackie' con Diana Spencer y con una actriz, Kristen Stewart, que transmite la angustia del personaje durante unos días navideños junto a la Familia Real británica en su finca en Norfolk

Kristen Stewart interpreta a Ladiy Di
Oti Rodríguez Marchante

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El chileno Pablo Larraín encontró a Natalie Portman para bordar la intimidad, duelo y glamour de Jackie Kennedy en sus primeros días de viudez con una singular mezcla de ficción y hecho histórico, y aquí, en cierto modo, repite la jugada con Diana Spencer, Lady Di, y con una actriz, Kristen Stewart, que transmite la angustia del personaje durante unos días navideños junto a la Familia Real británica en su finca en Norfolk.

Larraín se enfrenta a varios propósitos en su retrato y narración: por un lado el de estar a la altura siempre notable con la que el buen cine británico describe su 'arriba y abajo'; por otro, situar en el cuadro las posturas, sentimientos y protocolos de los Windsor hacia lo que los rodea, especialmente la princesa Diana, y por último y principal, bucear en las emociones de ese personaje trágico y melancólico cuando sintió el fracaso de su vida matrimonial y familiar. Podría haber hecho una escabechina, pero solo traza unas líneas de la guerra de guerrillas.

El guion de Steven Knight ('Promesas del Este', 'Shutter Island' o 'Peaky Blinders') es sutil y preciso en sus teclas, y la música de Jonny Greenwood (también en 'El poder del perro'), con oportunos desvaríos al jazz que procuran atmósfera y sentimiento.

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Spencer

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La película comienza con enorme fuerza visual y de intención: ella llegará a Sandringham House en su propio descapotable, completamente perdida y desconsideradamente tarde, lo que muestra ya el grado de aspereza y antipatía que reinaba en el ambiente.

La narración se centra en la discordia, la indiferencia y el hastío que se causan unos a otros, también en la soledad de Lady Di y en su preocupación por sus hijos, y la mirada del director hacia ella es a la vez indulgente y preocupante, y la dibuja con sensibilidad y razón, pero también con dureza y sinrazón: su obsesión con Ana Bolena hay que suponerla una metáfora o una extravagancia, y sus cavilaciones sobre su infancia, su padre y el espantapájaros no excluyen cierto deterioro mental.

Todo el ceremonial de comidas y vestuario, el trajín sigiloso del servicio, la sensación de vigilancias y supervisiones, la entereza o terquedad de la mujer ante lo escrito y opresivo de su destino…, incluso un guiño feminista, o puede que de clase social, con una sirvienta enamorada deja un poco la impresión de que la Casa Windsor, aunque con algo más de pompa y aparato, no deja de ser también la Casa de Tócame Roque.

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