Crítica de 'Padre no hay más que uno 3': Santiago Segura ni pierde gracia ni gana originalidad

Como la trilogía apunta hacia abajo, podría exigírsele al indudable talento de Santiago Segura algún pequeño acelerón de ingenio, algún trenzado más sorprendente en los hilos de la trama o algún golpe magistral de guion

Las claves del éxito de Santiago Segura, el Rey Midas de la taquilla española

Fotograma de 'Padre no hay más que uno 3'
Oti Rodríguez Marchante

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Santiago Segura ha hecho en unos cuantos años los cambios precisos para que todo siga igual; es decir, ser un cineasta, un director, un actor de enorme éxito . Cambios tan extremos que ríete tú de los climáticos, y tanto él como sus personajes, pues cuesta trabajo reconocer a aquel saco de grasa (en todos los sentidos) que era Torrente en este Javier, padre familiar, con cintura de avispa, que interpreta en sus últimas películas. Conserva, eso sí, una cierta afición por lo amoral, aunque también ha sabido adaptarla al tipo de público, desde aquel aficionado al ‘aleti’ y la escatología al espectador familiar que es ahora su objetivo, que acepta bien la amoralidad en dosis mínimas y más cercanas a lo travieso y a la diablura.

En esta película que forma ya la trilogía , y que probablemente anuncia la tetralogía, Santiago Segura cuenta con su guionista habitual, Marta González de Vega, y recogen ‘el universo’ de los dos títulos anteriores, personajes, peripecias y tono, y construyen con ello otra historia más, que, como Santiago Segura está por encima de cualquier circunstancia, es una aventurilla navideña, ahora en julio.

Tiene momentos muy graciosos, los personajes de los niños, ya muy conocidos, están cargados de ingenio y de malicia inocente (la flamenca Luna Fulgencio, la deslenguada Sirena Segura, la tranquila Calma Segura, el niño tremendo Carlos González Morollón o la adolescente complicada Martina D’Antiochia son la mejor garantía de jaleo y frescura), y los adultos, padre, madre, cuñados, abuelos también funcionan como gatillo cómico con sus pequeñas vilezas de todos contra todos. En fin, que la película es exactamente lo que su público espera de ella: un rato de enredo, algunas risas especialmente si se tiene algún niño cerca, un paquete de mensajes no todos buenos, pero alguno con cierta vocación educativa, y además una ojeada ligera a las cosas de ahora, la música, las redes sociales o el desconcierto generacional.

Como la trilogía apunta hacia abajo, podría exigírsele al indudable talento de Santiago Segura algún pequeño acelerón de ingenio, algún trenzado más sorprendente en los hilos de la trama, algún golpe magistral de guion, o de cintura ahora que la tiene fina. Tal vez no sería rentable el riesgo de inocularle un chute de inventiva a un producto que funciona, pero esa familia tan singular y divertida y esos actores y actorcillos tan de casa se merecen ya ese esfuerzo a lo Lampedusa de darle un buen meneo a la serie para que todo siga igual no, mejor. ¿En la cuarta?

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