Crítica de 'La hija oscura': La maternidad, pesos, medidas y laberintos

Aunque lo que se cuenta tiene connotaciones generales (los hijos pesan y la ausencia de ellos, mucho más), y aunque esté distorsionado por lo particular y lo psicológico, Gyllenhaal consigue mostrar las tensiones de esta contradicción

Olivia Colman y Dakota Johnson en 'La hija oscura'
Oti Rodríguez Marchante

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El personaje de la novela de Elena Ferrante , Leda, es casi más enigmático que la propia escritora y contiene dentro un inventario de las crisis y frustraciones del ser humano en varias de sus modalidades, como mujer joven, como madre, como profesional, como mujer adulta… Todas esas zonas inexplicables, pero explicadas a través de los dos tiempos de Leda y, especialmente, de las dos actrices que la interpretan, la joven Jessie Buckley, y la madura e increíblemente transmisora Olivia Colman, y ambas son candidatas al Oscar de interpretación , una como protagonista (Colman) y otra como secundaria (Buckley).

El presente es la Leda madura durante unos días de vacaciones en un lugar de playa, y el presente son también las frustraciones que arrastra y que se harán visibles tanto por su comportamiento como por esos 'flashback' de su pasado, el de la joven Leda y sus crisis como madre, como esposa y como mujer con horizonte. La historia la dirige Maggie Gyllenhaal , actriz que debuta en la dirección y que es también la que firma el guion, adaptado del relato corto de Ferrante. La idea central o poderosa es la maternidad en ese tiempo de la juventud cuando los hijos cargan y quitan, cuando todo son proyectos, potencias, confusiones y 'yos'…, tan bien interpreta Jessie Buckley lo profundo de esos pesares como lo arriesgado (y en cierto modo, natural o comprensible) de sus decisiones, pero la historia, la película, quiere hablar esencialmente del luego, de la factura de un presente en el que todo es equivocación, incomprensión, contrición, culpa y tierra mojada bajo los pies, imagen cazada al comienzo de la película en la que Olivia Colman camina sola y oscura hacia el mar y se derrumba en la orilla.

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La hija oscura

La hija oscura

Es crucial para que lo íntimo y complejo del argumento se extienda como una crema hidratante que la estructura y la narrativa que utiliza la directora –y todo el caudal enigmático– se combinen con sentimiento, intriga, sensibilidad y compasión. La cámara es hábil para atrapar el interior de la cabeza de Leda, sus reacciones que ni ella puede explicar, cuando se enfrenta a la familia supuestamente mafiosa con la que comparte el trozo de playa, su conexión con la joven madre de esa familia ( Dakota Johnson ), su torpeza con el hombre que le ha alquilado la casa (Ed Harris), o su hilo emocional con la muñeca desaparecida, y el espejo que se crea en su interior con su propia vida pasada y circunstancias. Ese pegamento invisible entre causas y efectos se hace visible de un modo tan sutil gracias a la intuición de la cámara y la enorme interpretación de Olivia Colman.

Aunque lo que se cuenta tiene connotaciones generales (los hijos pesan y la ausencia de ellos, mucho más), y aunque esté distorsionado por lo particular y lo psicológico, Gyllenhaal consigue mostrar las tensiones de esta contradicción; lo hace desde un puesto desde el que se aprecian sus tonalidades feministas, pero también puede asumirse desde otra atalaya, porque la paternidad, como la maternidad, es una brújula que al cogerla te cambia el Norte de sitio.

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