Crítica de 'El callejón de las almas perdidas': Guillermo del Toro levanta la carpa para una pieza pérfida

Quizá podría decirse que es una película brillante sin brillo

Bradley Cooper en 'El callejón de las almas perdidas'
Oti Rodríguez Marchante

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Bien armada, bien vestida, bien peinada, una historia de personajes y causas empachados de fatalidad y empapada de ese olor a Del Toro que tiene todo el cine de este director. El relato empieza entre interrogaciones, un hombre esconde un cadáver y le prende fuego a la casa; continúa entre exclamaciones, ese hombre se enrola en un circo y participa de esa peculiar vida de misterios, trucos, magias y engendros que envuelve ese exótico universo, y se precipita hacia unos puntos suspen sivos…, muchos puntos suspensivos, pues Guillermo del Toro envuelve el larguísimo relato en un forzado ejercicio de serie negra y con un argumento de estafas, monstruosidades e impurezas.

La crueldad, la malicia, la ruindad y la viscosidad moral y física forman parte, junto al excelente entramado y brillante ambientación, del cuerpo de esta película tan generosa en el diseño de interiores y tan fría en el de exteriores y en la composición de sus principales personajes (a excepción de la ingenua y lista Rooney Mara ). El principal de ellos es el don nadie de la historia, un tipo indetectable y sombrío que interpreta Bradley Cooper en un lugar equidistante entre la seducción y el desprecio. Y Cate Blanchett , que entra en acción cuando lo del circo ya no da más de sí, hace estupendamente de sí misma pero reflejada en el espejo de la madrastra de Blancanieves, tan misteriosa, tan escurridiza, elegante y sensual, y con ese corte maléfico, fatal, que tan rápidamente la delataría en el grupo de mamis del cole.

No es extraño que el director se quedara prendado de la novela de Lindsay Gresham , y que viera terreno propicio en la adaptación que hizo Edmund Goulding de esa novela tan oscura, monstruosa y enfermiza, y que quisiera amplificarla con mucho color, presupuesto y tiempo (más de media hora de metraje), pero da la impresión de que la forma, el diseño, ha devorado al fondo y de que no atrapa su profundidad psicológica ni mueve a la compasión la píldora metafórica del 'monstruo', siempre un pobre hombre destruido por el vicio, el engaño y las circunstancias.

Como en otras películas de Del Toro, por ejemplo, 'La forma del agua', con su Oscar y todo, cuesta digerir a la vez su enorme brillantez técnica y los galimatías de la letra pequeña, y cuesta también sentirse cómodo en su interior. Quizá podría decirse que 'El callejón de las almas perdidas' es una película brillante sin brillo.

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