Crítica de 'Adiós, señor Haffmann': Del miedo a la cautela, de la ambición a la bajeza

Revela esos nocivos riegos del corazón humano, aunque también se estanca en esa zona media de la historia con los personajes ya en posición clara y en abundante reiteración

David Auteuil
Oti Rodríguez Marchante

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El director francés Fred Cavayé pone en escena la obra homónima de Jean-Philippe Daguerre , una pieza provechosa en lo que revela de la naturaleza humana. Bien es cierto que para ello sitúa a sus personajes en unas circunstancias extremas, pero no por ello deja de contarnos de qué somos capaces cuando nos domina el miedo, la ambición, la codicia y la posibilidad de descargar nuestros actos en un hábitat amoral. El lugar es París y durante la ocupación nazi, y los personajes son el señor Haffman, un joyero de prestigio; su ayudante, François Mercier , hombre de vida sencilla y estrecha junto a su mujer. El punto de partida del conflicto lo marca la coyuntura: Haffmann es judío y pretende irse con su familia a un lugar más seguro; le propone a Mercier traspasarle la titularidad del negocio con la idea de restablecer después su propiedad cuando sea posible. El negocio y la vivienda familiar, que está en el piso de arriba.

A partir de esta premisa, que ya le da materia de sospecha al espectador, la película toma algunos caminos que complican y profundizan lo que parecía una historia predecible. Caminos que tienen que ver con la relación de pareja, con la fertilidad, con el talento en el oficio y con esa dificultad tan humana para tener principios, criterio, sensatez.

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Los dos puntos altos de la interpretación se los encomienda Cavayé a dos actores sólidos, Gilles Lellouche y, especialmente, Daniel Auteuil, que hacen comprensible toda esa complejidad moral que arrastran los personajes dadas las circunstancias, aunque es Sara Giraudeau, la esposa, la que introduce las mayores cargas dramáticas y expresa con gran sensibilidad las colisiones éticas de la historia, como mujer, como esposa, como persona honrada y, en cierto modo, con tendencia al equilibrio aún en la caída. Y tiene también una fuerza especial Nikolái Kinski (hijo del peculiar Klaus) que interpreta a un oficial nazi con hechuras de cliché que sabe colocar y descolocar. Mucho más armónico que su padre, que se hubiera rebozado en el cliché con gran entusiasmo.

'Adiós, señor Haffman' revela esos nocivos riegos del corazón humano, sí, aunque también se estanca en esa zona media de la historia con los personajes ya en posición clara y en abundante reiteración (el tiempo repetido es parte de la trama), y a propósito de la trama, Cavayé explota con poca ambición, como si no le interesara, la angustia y la tensión de un argumento que se prestaba más a ello.

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