Crítica de «La luz de mi vida»: Busca tu refugio
El primer, y mejor, plano de la película dura sus 15 minutos y es un encuadre fijo cenital de los dos protagonistas tumbados hablando
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El actor Casey Affleck tiene una breve pero interesante carrera como guionista («Gerry») y director («I’m Still Here»): dos películas alejadas de lo que llaman la corriente principal. Esta nueva, que escribe, dirige y protagoniza, no le va a abrir las puertas de los grandes estudios en tanto que cineasta (como actor las tiene de par en par). Y no por mala, sino por la dichosa corriente californiana, de la que vuelve a apartarse para irse a los paisajes nevados del Norte. El primer, y mejor, plano de la película dura sus 15 minutos y es un encuadre fijo cenital de los dos protagonistas tumbados hablando. Es como el principio de «Gerry», que duraba casi lo mismo: sirve para separar, para expulsar, espectadores.
«La luz de mi vida» es una película de mundos helados , como los de Ursula K. Le Guinn. Es también de ciencia ficción, pero sin la más mínima concesión al dinamismo del cine de género ni al departamento de efectos visuales: ya se oye rezongar a los ejecutivos de Disney-Hollywood. Lo que es es un ejercicio de primoroso minimalismo. Imagina una distopía futura, una epidemia que convierte a la mujer en un objeto codiciado, y cuenta una trama de estricta supervivencia: un padre que recorre ese frío Norte tratando de proteger a su cría. Hay películas del camino despojadas (el nuevo Hollywood de los 70 nos legó varias joyas) pero a esta le conviene más el apelativo de deshuesada; no digo anémica porque no está mal del todo pero, después de dos horas, uno sale con hambre además de con frío.