Crítica de «El viaje de Marta»: Agitados despertares en África

La historia que cuenta transcurre en Senegal, en un hotel turístico y durante unas vacaciones de un padre y sus dos hijos, una a punto de traspasar la adolescencia y su hermano pequeño

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Oti Rodríguez Marchante

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En su segundo largometraje, tras la diminuta y arriesgada «La plaga» , la directora Neus Ballús afronta una empresa con mucho más escaparate y con no menos fondo y trastienda. La historia que cuenta transcurre en Senegal, en un hotel turístico y durante unas vacaciones de un padre y sus dos hijos, una a punto de traspasar la adolescencia y su hermano pequeño.

Ella es Marta, el punto de vista y el fiel de la balanza en la que se mueve el relato. Sus «encuentros» son los nutrientes del guion y del argumento: con su propio padre; con un ambiente, el del hotel, tan expresivo con lo exótico y la aventura como con sus zonas de discriminación y ghetto; con los exteriores de allí, un mundo que poco tiene que ver con lo turístico, y, por supuesto, el encuentro con su puerta de salida de la adolescencia.

La actriz primeriza Elena Andrada, su manera de mirar y ver, es la constructora de la historia y su termómetro, y el avispero de sus sentimientos y sus relaciones, en especial con un trabajador del hotel (que graba vídeos turísticos, y también vierten mirada en la película), son el amplificador de la sencillísima y emotiva trama. Es notable el modo con el que Neus Ballús consigue que las interpretaciones ingenuas, primerizas, de Andrada o Diomaye A. Ngom, estén ordenadas en tono y timbre con la resabiada y ducha de Sergi López.

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