Crítica de 'Los renglones torcidos de Dios': Bárbara Lennie nos vuelve locos

Oriol Paulo peca de exceso de respeto en esta ambiciosa adaptación de la novela de Torcuato Luca de Tena

'Los renglones torcidos de Dios', un viaje sin retorno al corazón de la locura

Bárbara Lennie, en 'Los renglones torcidos de Dios' Warner Bros.
Federico Marín Bellón

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El orden de los acontecimientos me permite contar, sin caer en el peloteo más miserable, que mucho antes de empezar a escribir en ABC, en mi casa ya había entrado la novela de Torcuato Luca de Tena . Se quedó para siempre, por supuesto. Más allá del relato, apasionante, era imposible no sentirse fascinado por la propia peripecia del autor y admirar su ingreso voluntario en un psiquiátrico, similar al de su protagonista. Convivió con los internos y conoció de primera mano los estragos causados por las enfermedades mentales, en una época que hoy nos parece primitiva.

La novela fue llevada a la gran pantalla por Tulio Demicheli en 1983, con el éxito literario todavía caliente. Era una película mexicana, con actores mexicanos, que han visto muy pocos españoles. Tampoco está disponible en ninguna plataforma. Casi 40 años después, nuestro cine le hace la adaptación que merecía, pero en algunos aspectos no puede soslayar el retraso con el que llega, ya sin Luca de Tena como posible colaborador en el guion, como ocurrió en la primera versión. Que se sepa, aquel intento no está disponible en ninguna plataforma. Igual no son suficientes.

Hay algo que hace muy bien Oriol Paulo en su adaptación y que contaremos enseguida. Gran director de actores y aficionado al thriller, el cineasta barcelonés se rodea de algunos de nuestros mejores intérpretes y se sumerge sin dificultad en el juego de ambigüedades que plantea la historia. La inmersión es tan larga, de hecho, que corre el riesgo de ahogar un poco al espectador. Tuvo que ser muy grande la tentación de rodar una miniserie.

El acierto más meritorio, sin embargo, es acometer una gran producción de época, que bebe del cine clásico y se atreve a inscribirse en las grandes ligas. Esa ambición en la puesta en escena, que se aprecia desde la ampulosa llegada al centro psiquiátrico, permite paladear el comienzo de la cinta como cuando el público asistía a los estrenos con ilusión dominical y la ropa bien planchada.

Luego, la cámara desciende y se topa con el rostro versátil de Bárbara Lennie , impecable en el papel de Alice Gould. Oriol Paulo destaca «su talento, su magnetismo, su inteligencia, su elegancia y ese halo misterioso que siempre la acompaña». Se queda corto.

El resto de protagonistas mantienen el altísimo nivel. Lo mejor que puede hacer el espectador es concentrarse en ellos y en la fiesta, sin pasar el dedo por los muebles. En el plano más cercano, la experiencia inmersiva del espectador tiene algo de atracción de parque temático, donde puedes disfrutar sin necesidad de creerte nada demasiado. De algún modo, se perciben algunas contradicciones. La falta de verosimilitud es un lastre demasiado pesado en varias escenas.

Es una sensación difícil de explicar, que se resume en la ausencia de buenos personajes secundarios. La carne es excelente, pero la guarnición parece de plástico. No faltan, por ejemplo, los típicos planos de 'locos', con perdón, haciendo el loco, repitiendo los mismos tics y agarrándose a sus jaulas para impresionar a los niños. La figuración fue un detalle muy cuidado, pero por algún motivo no resulta creíble.

Ocurre también que ese regreso a los 70 quizá se pasa de frenada. La profundidad psicológica se acerca más a Hitchcock, lo que en este caso no es tan bueno como podría parecer, que al Milos Forman de 'Alguien voló sobre el nido del cuco' . Los traumas de 'Marnie, la ladrona' y de 'Recuerda' se han quedado anticuados, como poco, algo que no suele ocurrir con el cine de don Alfredo, mientras que los compañeros de Nicholson /McMurphy se te colaban para siempre en la quijotera y seguramente siguen dando vueltas en sus rincones más oscuros. Que fueran más divertidos también ayudaba lo suyo.

Puede que, en el fondo, los dilemas que planteaba Ken Kesey en su novela fueran más simples y carecieran de la ambigüedad con la que juegan Luca de Tena y Oriol Paulo, por lo que le resultaba más fácil convencer al público. Incluso Eduard Fernández , que da vida al gran antagonista de Lennie, carece de la maldad monolítica con la que se aplicaba Louise Fletcher . Es un piropo, pero explica algunas cosas. No es casualidad, por otro lado, que la serie basada en su personaje, 'Ratched' , se estrellara con todo el equipo, carísimo, y no soportara la menor comparación con el original.

Por el contrario, a Paulo se le puede reprobar que sea demasiado respetuoso con la novela en su guion, que actualiza el lenguaje pero no los sucesos ni unas motivaciones que parecen descatalogadas, pero su intento es mucho más noble y cuenta con atractivos de sobra para compensar algunas pegas de crítico antiguo. En su caso, comparar es un poquito menos odioso. Él mismo admite que huyó de forma consciente de referentes como los citados o como 'Shutter Island' , del maestro Scorsese . En esa encomiable búsqueda de un sitio nuevo, es posible que no termine de encontrar el idóneo.

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