Crítica de «El regreso de Mary Poppins»: Todo cambia, para que todo siga igual

Ni ella, Mary Poppins, ni su sustancia, han envejecido, pero afortunadamente tampoco se han modernizado, e inventan nuevos trucos, nuevas canciones

Emily Blunt protagoniza «El regreso de Mary Poppins»
Oti Rodríguez Marchante

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La «Mary Poppins» (1964) de Robert Stevenson no es una película como cualquier otra: está alojada como una bala de plata en el «rosebud» de varias generaciones (personalmente, no recuerdo ninguna peli anterior a ella), lo cual convierte en sospechoso cualquier «remake», «secuela», «precuela» o «tontuela». Y nos ponemos en modo «regreso»: la sospecha se evapora por completo en la primera secuencia, magnífica, londinense, metafóricamente luminosa, pues el recambio de deshollinador por farolero (le pone luminaria a aquel Londres depresivo de los años treinta) es uno de los buenos hallazgos de esta película; otro, naturalmente, es encontrar en Emily Blunt una versión inmejorable (¿mejorada?) de Julie Andrews con paraguas y que se moja.

El sirimiri de la historia también moja: llega Mary Poppins a la casa de la familia Banks, pero ya sus niños son adultos (él viudo, ella soltera) y tienen otros niños a los que enseñar en qué consiste la magia de serlo y en qué consiste la coreografía para que la transición a adulto no te arrebate tus superpoderes. Ni ella, Mary Poppins, ni su sustancia, han envejecido, pero afortunadamente tampoco se han modernizado, e inventan nuevos trucos, nuevas canciones (tan maravillosas como aquellas de los hermanos Sherman), nuevos números para producir un efecto lampedusiano en estéreo: usted y yo, todo cambia; mi hijo, el suyo, todo sigue igual…

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La nostalgia es el folio en blanco en el que se escribe esta, o la otra, historia, y ver esos momentos mágicos en los que Dick van Dike (93 años) se marca unos pasos insólitos de baile o Angela Lansbury (otros 93), la anciana de los globos, o esa fantástica coreografía de las bicicletas, o las submarinas en la bañera… Y mantiene intacta su mirada al mundo adulto, al dinero, los Bancos y ciertos valores, aunque, como entonces, lo esencial es mirar el alma infantil y bailar alrededor de ella.

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