Crítica de 'Operación Fortune: El gran engaño': Siempre hay fiesta con Guy Ritchie

La producción está a la altura del divertimento que pretende Ritchie y la colección de escenas imposibles es abrumadora, como es agobiante el ritmo y atosigante la intriga, y todo ello tratado con un tono desenvuelto, casi guasón

Jason Statham, Josh Harnett y Aubrey Plaza
Oti Rodríguez Marchante

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Todos los directores buscan algo, sea lo que sea, gloria, dinero, arte, patatas… Guy Ritchie busca diversión, la suya y la de los demás. Solo un director que quiere divertirse ensaya esos dobles mortales con la imagen de un actor como Hugh Grant , al que obliga a convertir su encantadora cursilería en un peligroso potingue: lo que era un cuenco de suave ponche es, en películas como ‘The Gentlemen: Los señores de la mafia’ o esta que ahora se estrena, un barril de whisky peleón y explosivo. Y solo alguien que se divierte le arranca gracia y soltura interpretativa a Jason Statham , ¡con diálogos ingeniosos y hasta con cierta clase! Es cierto que Statham también reparte más que una bicicleta de Glovo, pero eso es la escena de la calavera de Yorick para un actor como él, su ‘atizar o no atizar’, y esa es la cuestión.

Es una película de acción, de mucha, mucha acción, con Statham en un personaje de sus hechuras, un agente del MI6 que encabeza un equipo a lo ‘Misión imposible’ que se enfrenta al multimillonario y amoral Simmonds (ese es Hugh Grant, en su nueva faceta de tío malo pero que se hace querer por su bajeza y cinismo). La actriz Aubrey Plaza , también un barril de yesca, pugna por ser lo mejor de ese peculiar grupo actoral. Aunque, en realidad, lo completa y lo eleva incluso unos metros Josh Harnett, que hace de sí mismo, una estrella de Hollywood al que el guion obliga a convertirse en un superagente con fuego real y que le proporciona a la historia un socarrón juego de cine dentro del cine.

La producción está a la altura del divertimento que pretende Ritchie y la colección de escenas imposibles es abrumadora, como es agobiante el ritmo y atosigante la intriga, y todo ello tratado con un tono desenvuelto, casi guasón, que le obliga al espectador (al proclive, al menos) a divertirse tanto como el director y el equipo de técnicos y actores. Se dice sin certeza, pero uno tiene la impresión de que los rodajes de Guy Ritchie son de los pocos que no son soporíferos, sino todo lo contrario, una juerga. En fin, que a Guy Ritchie, para no ser Bergman, se le da bastante bien sacarle al cine todo lo que le puede dar.

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