Crítica de 'Olga': El drama asimétrico de una gimnasta ucraniana

Elie Grappe cuenta la historia, ficticia pero inspirada en la realidad, de una joven deportista obligada a dejar su país

La protagonista, gimnasta artística, ve cómo su mundo se pone patas arriba
Federico Marín Bellón

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El éxodo ucraniano no empezó con Putin . En 2013 y 2014 el país vivió el llamado Euromaidán , que acabó con el derrocamiento del presidente prorruso y antieuropeísta Víktor Yanukóvich . Lo que pasó después no lo sabemos bien, porque en realidad nunca nos los explican todo ni nos preocupamos lo suficiente, pero en parte es consecuencia de aquello. Elie Grappe , que conoció el caso de una violinista ucraniana que huyó a Suiza, decidió explorar las consecuencias del conflicto, aunque cambió el pentagrama por el lienzo más visual del tapiz de la gimnasia artística (la de las barras asimétricas y el potro).

'Olga' es una chica de 15 años que tiene la determinación de ganar. No teme al dolor corporal y está siempre dispuesta a los mayores sacrificios. Es interpretada con gran veracidad por Anastasia Budiashkina , una joven con talento y bien dirigida.

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'Olga'

El drama es doble: al horror del exilio y de abandonar a los seres queridos en un entorno peligroso se suma la dureza de los entrenamientos, más aún en un país extraño, con otro idioma. Incluso en la idílica Suiza es difícil adaptarse. Para contar su película, Grappe recurre a verdaderas deportistas: las dos protagonistas ucranianas pertenecen a la selección B de su país, mientras que las suizas son integrantes del equipo nacional de acogida.

Las imágenes derrochan autenticidad en sus dos vertientes. Sobre el tapiz, la cámara se adapta a los entrenamientos reales de las gimnastas. En la plaza de la Independencia de Kiev y sus aledaños, recurre a vídeos reales grabados por los manifestantes con sus teléfonos móviles.

La película se convierte así en un ejercicio técnico y de guion para aunar estas dos líneas narrativas, tan asimétricas, y conseguir que el relato tenga interés y no parezca forzado. Lo consigue casi siempre, con el coste menor de renunciar a la típica historia de superación, tan propia del género deportivo y tan eficaz. Aunque hay un subtexto competitivo, que nadie espere un clímax en el que nos veamos todos subidos en el podio, con la música de Queen atronando.

Grappe tampoco se mete en la intrincada actualidad del país invadido. Su pirueta termina justo antes y su retrato de la doble realidad que sufre Olga se despide de forma quizá algo abrupta. Deja al espectador pensando, sin intentar convencerlo de casi nada. Como anticipo del drama que han vivido después cientos de miles de refugiados tiene además un valor incuestionable.

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