Crítica de «Normandía al desnudo»: Desnudos más que justificados
El guión discurre sin grandes sobresaltos, acompañado por una leve trama romántica. Los desnudos tampoco asustarán a nadie
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De Philippe Le Guay no se puede añadir nada mejor de lo que ya dice su apellido. Hace películas simpáticas y cuenta historias amables que se ven sin un mal gesto. A menudo incluso con una sonrisa en el rostro. Como cine de evasión y hasta de victoria, el suyo es una garantía para la paz espiritual del espectador. Algunos de sus mejores ejemplos son «Moliere en bicicleta» y «Las chicas de la 6ª planta».
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Normandía al desnudo
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En su viaje nada bélico a Normandía, Le Guay –no me resisto a escribir el apellido de nuevo– mezcla dos líneas argumentales lideradas por François Cluzet («Intocable»), utópico alcalde de un pequeño municipio, y Toby Jones (Truman Capote en «Historia de un crimen»), fotógrafo famoso por sus multitudinarios desnudos callejeros. No se llama Spencer Tunick, como el célebre artista aficionado a desvestir a las masas, pero como si lo fuera.
Las reivindicaciones sociales de la cinta son inocuas, de puro obvias, y la pequeña intriga «internacional» tampoco lleva la sangre al río -apenas cabe lamentar unos rasguños-; el guión discurre sin grandes sobresaltos, acompañado por una leve trama romántica. Los desnudos tampoco asustarán a nadie. Durante la Transición española y la llamada época del «destape», entre las actrices españolas se puso de moda una respuesta cuando les preguntaban si estaban dispuestas a desnudarse: «Solo si el guión lo justifica». En esta Normandía no cabe censurar ni un centímetro de carne y, casi, ni de película.
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