Crítica de Marguerite Duras: París 1944: Una tan larga ausencia

No tienta el radicalismo de su posterior obra como directora. Se parece más bien a un biopic convencional que muestra a la escritora en el París de la ocupación

Mélanie Thierry protagoniza «Marguerite Duras: París 1944» ABC

ANTONIO WEINRICHTER

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Este retrato de la Duras carece de la belleza de sus primeras adaptaciones ( «Hiroshima mon amour» , «Una larga ausencia», «Moderato cantabile») y, por supuesto, no tienta el radicalismo de su posterior obra como directora. Se parece más bien a un biopic convencional que muestra a la escritora en el París de la ocupación, paseando sin cesar –es este un relato deambulante donde los haya– por entre una serie de escenas desprovistas de temperatura emocional: solo rompe la gelidez el personaje de una vecina mayor, madame Katz, que espera en vano la vuelta de su hija de los campos. Vamos, se parece más a «El amante» (su adaptación más popular) que a esa gran crónica de la ocupación que era «El ejército de las sombras» .

Sin la ya imposible presencia de sus musas (Delphine Seyrig, Jeanne Moreau), con su aburrido recurso continuado a civilizadas escenas de diálogos susurrados, lo que salva a esta Marguerite es el «durasiano» recurso a la voz en off, en donde la tensión entre palabra e imagen se hace por fin presente. Sólo entonces vive y respira la película, cuando deja de narrar y se hace ensayo, memoria y reflexión, cuando convierte la ausencia del marido preso en un recurso literario: dan ganas de zapear y saltarse las banales escenas intermedias.

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